“En los juegos de estrategia, la victoria no siempre es del más fuerte, sino del más paciente.”
Thomas Schelling
La UAEMéx vive un pulso que no resuelve nada y desgasta a todos. Más de cien días de paros y tomas mantienen el semestre al filo de perderse, con la mayoría de estudiantes pidiendo volver a clases y una minoría atrincherada que conserva el control material de planteles clave. En este tipo de juegos, como advierte Thomas Schelling, la fuerza no reside en ser más, sino en ocupar las posiciones que el adversario no puede ignorar sin pagar un precio alto.
Este conflicto ya no gira en torno a estatutos o auditorías. La disputa real es por la definición de la legitimidad universitaria: quién puede hablar en nombre de la comunidad y con qué respaldo moral o jurídico. Las autoridades, aferradas a la legalidad formal, han elegido una estrategia de contención pasiva, esperando que el tiempo desgaste a los paristas. Esa decisión evita el costo político de un desalojo, pero cada día que pasa debilita la cohesión interna y erosiona la imagen pública de la institución.
Los paristas, sostenidos en el capital moral de un movimiento que inició con causas legítimas, han transformado la toma en un símbolo de veto. Mantener espacios cerrados les otorga visibilidad y capacidad de condicionar cualquier intento de retorno a la normalidad. Sin embargo, como recordaba Max Weber, la autoridad carismática se sostiene en resultados y se disipa cuando no produce cambios tangibles.
En medio, la mayoría académica y laboral permanece en silencio. Esta inacción, aunque pueda interpretarse como prudencia, los excluye de la ecuación y los priva de ejercer un papel crucial como mediadores. La historia de los conflictos universitarios demuestra que sin un tercer actor legitimado que intervenga, los pulsos prolongados tienden a resolverse por imposición o agotamiento, no por acuerdo.
Desde la ontología política, este choque enfrenta dos nociones de autoridad: la que emana del orden institucional y la que surge de la movilización moral. Ambas se han debilitado: la primera, por no restablecer el orden; la segunda, por prolongar un bloqueo que erosiona la causa original. Axiológicamente, la disputa confronta derechos que deberían coexistir: el derecho a la educación y el derecho a la protesta. Hannah Arendt lo formuló con crudeza: “El poder surge cuando las personas actúan juntas; cuando ese concierto se rompe, lo que queda es la pura fuerza o la pura inercia”. En la UAEMex hoy prevalecen ambas.
El resultado es lo que la teoría de juegos describe como un equilibrio subóptimo: cada actor evita su peor escenario, pero ninguno alcanza el mejor posible. La universidad mantiene su marco legal, pero sin normalidad académica; los paristas sostienen el control territorial, pero sin avances estructurales; los estudiantes que quieren regresar conservan la superioridad moral de su demanda, pero no reciben clases.
La pregunta es si esta cuerda tensa puede soltarse antes de romperse. Las salidas posibles son tres:
- Un retorno pactado con compromisos verificables, que preserve la esencia de las demandas iniciales y asegure reformas concretas.
- Una reapertura unilateral, que fracturaría aún más la comunidad y dejaría heridas difíciles de cerrar.
- Prolongar el empate destructivo, con un desgaste que podría derivar en la pérdida del semestre y en la deslegitimación de todos los actores.
Nuestra posición es clara: la única vía que preserva algo para todos es la primera. Para ello, la UAEMéx necesita un mecanismo de mediación interna o externa que genere confianza, un calendario público de reformas y un retorno a clases que no se lea como derrota de unos o imposición de otros. No es ingenuo ni idealista: es realismo estratégico. Como advierte Schelling, en todo juego prolongado “la victoria es de quien sabe encontrar el momento en que la concesión produce más que la resistencia”.
Si la cuerda sigue tensa, sin cambios reales, la historia no recordará a la UAEMéx por la fuerza de su protesta ni por la firmeza de su rectorado, sino por haber desperdiciado una oportunidad de transformar su vida interna. Un empate destructivo no es equilibrio: es la forma más lenta, y más costosa, de llegar a una derrota común.

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