La (casi) imposible transición del PRI hacia la oposición

La (casi) imposible transición del PRI hacia la oposición
Ser priista era estar en el gobierno y con él.

Una de las facultades que da el poder es nombrar las cosas. Quien manda, puede imponer términos para referirse a algo. Los que se ven sometidos por la voluntad del poderoso asumen los modos de nombrar. Esa facultad de dar nombre tiene en su interior un punto de vista unilateral: como yo lo veo, así es. La mirada unilateral casi siempre sirve para confirmar lo que soy, pero también para distinguirme de lo que no soy. ¿Cómo podemos ilustrar esto? Pensemos en la Antigua Grecia: esa civilización, cuna del mundo occidental, no era el único grupo humano sobre la faz de la tierra, así que acuñó un término para referirse a todos los que no tuvieran su cultura ni hablaran su lengua: bárbaros. Con este término definía políticamente a otros pueblos, como los egipcios, persas, fenicios e incluso los romanos.

Valga esta breve introducción para hacer notar un fenómeno en curso dentro de la sociedad mexiquense. Los priistas, que desde el poder, definieron a “la oposición” como lo contrario a ellos. Hoy están en esta especie de limbo que los conducirá a ser lo que no nunca imaginaron ser. No es ajeno para cualquiera que haya estado dentro del gobierno, que cuando se decía “el partido” se refería al PRI. Por ejemplo, un secretario hablaba con sus directores generales y les decía: “me han requerido apoyo del partido para tal o cual cosa”; y nadie dudaba que se refería al PRI. Si ese mismo hipotético secretario les decía luego que deberían mantener vigilada a la “oposición”, todos asumían que ahí cabía todo lo que no fuera el PRI.

En la historia política reciente de nuestro país y nuestra entidad, han existido decenas de partidos, la mayoría de ellos hoy extintos. Todos, en montón, eran capturados con la palabra “oposición”. No había necesidad de diferenciar sus distintas ideologías, genealogías o plataformas políticas: eran lo distinto al PRI. Oposición era, pues, una categoría política para diferenciar a la gente “del partido” de la que no lo era. La utilidad de dicha categoría residía básicamente en el control. Se trataba de una clasificación política y, para nada, era utilizada por los “opositores” como base de su identidad. Estos últimos más bien se asumían como panistas, comunistas, socialistas, perredistas, etc. Pero, para el gobierno, todos eran “la oposición” y cabían en un mismo costal.

Después de casi un siglo de que las cosas funcionaron así, hoy el PRI ha perdido la gubernatura. Hoy desde el poder les podrán nombrar como “la oposición”. Evidentemente ello no puede ser la base de su identidad. ¿Entonces qué puede serlo? Por décadas los elementos de alto valor simbólico que constituían la base de su identidad incluían, el Palacio de Gobierno, el logotipo tricolor, la nómina estatal, los acuerdos con el gobernador, el cuadro de éste colgado tras el escritorio, el teléfono rojo, las ceremonias y su boato, entre otros. Ser priista era estar en el gobierno y con él.

Las cosas comenzaron a cambiar de a poco cuando se perdieron algunas alcaldías y diputaciones. Pero no era algo que trastocara toda esa simbología, porque así como se perdían se recuperaban esos cargos periféricos. Luego, cuando se perdió la Presidencia de la República, quizá la identidad se fortificó en lo local, en las certezas de grupo, en las dinámicas “muy de acá”, en las memorias de lo que hemos sido (y ahí estaban los ex gobernadores para confirmarlo en cada ceremonia importante, como un informe de gobierno o un destape del candidato a ser el nuevo gobernador).

Hace apenas unas semanas eso comenzó a desvanecerse: Morena ganó la gubernatura y, en un par de meses, la profesora Delfina Gómez y su grupo serán los que despachen desde el Palacio de Gobierno. Por estas fechas, cada seis años, “lo normal” para el priismo era ir viendo cómo se repartían las secretarías, cómo cada grupo acomodaba a su gente, cómo los recursos invertidos en campaña auguraban pagos político y económicos, cómo se habría la tómbola para tomar el turno de ser uno de los nuevos ricos que cada administración ha dejado. Pero no, eso ya no está ocurriendo.

¿Qué somos ahora?, podrían reflexionar ontológicamente los priistas. No pueden responderse “somos la oposición”, porque esa era una categoría destinada a los demás, a los que no eran gente “del partido”. Antes era una práctica propia del gobierno en turno identificar a los opositores y actuar frente a ellos según conviniera: maicearlos, reprimirlos, amedrentarlos, debilitarlos, desconocerlos, etc. La paradoja es: ¿se puede ser priista y oposición al mismo tiempo?

¿Qué debemos hacer?, podrían reflexionar éticamente los priistas. Plantearse ser contestatarios, disruptivos o rebeldes es algo que va en contra de su tradicional modo de ser “institucional”, de disciplinarse y alinearse que formaron su modo de ser y hacer durante todo este siglo. No está en su ADN político ese tipo de actitud, pues nacieron y crecieron en el ejercicio de gobierno, en el manejo de los dineros públicos, en el tráfico de influencias, en los negocios al amparo del poder.

La identidad, en términos teóricos, alude a ese muy sentido proceso de constituir un “nosotros”. Los que conforman ese modo de ser también presentas particularidades. Entonces, así como aludía yo a quienes tenían como elementos de alto valor simbólico, por ejemplo, los acuerdos con el gobernador, debemos referirnos a quienes formaban parte de ese modo de ser priista, pero que tenían como ámbito de actuación el terreno: los operadores políticos, los que mediaban entre los administradores del recurso y los beneficiarios (no sin antes tomar su buena tajada), igualmente están en medio de ese insoportable proceso de redefinirse. ¿Qué son ahora? ¿Cómo deben actuar?

Algunos terminarán por acercarse al nuevo grupo en el gobierno porque eso les hace sentido. Pero ¿seguirán siendo priistas? ¿qué les definirá ahora? Es, sin duda, parte de los procesos inéditos que nos ha tocado presenciar a algunos que pensábamos no vivir para verlo. Yo tengo la idea de que no pueden ser oposición, no es algo que se les dé. Podrán ser etiquetados así por los demás, pero ellos nunca se asumirán como quien “no manda”. Más bien buscarán por todos los medios (incluido el cambio de camiseta) seguir estando dentro de la estructura de gobierno y la nómina. Ese es ser priista.