Toluca, México; 05 de agosto de 2018. Los rostros de angustia y preocupación en la sala de urgencias son el pan de todos los días en el Hospital Nicolás San Juan, ubicado en el norte de la capital mexiquense.
Enfermos y familiares viven las inclemencias del tiempo debido a que por órdenes de los oficiales de seguridad no pueden permanecer en la sala urgencias.
El acceso a esa sala es un viaje en picada. Cuando los pacientes ingresan sólo pueden ser acompañados por un familiar, quien tiene derecho a esperar el diagnóstico del enfermo; si le entregan las pertenencias del paciente y le informan de su ingreso al hospital, deben abandonar la sala y esperar en la calle cualquier información.
Pese a la situación, los familiares han aceptado estar con buena cara el estar en la calle; ahí se sientan por horas hasta que por el megáfono de la calle se enlista el nombre de los pacientes.
La sala de urgencias es un espacio frío y desolador, solo hay 20 sillas, algunas de ellas en condiciones deplorables. El fétido olor que sale de los baños molesta a cualquiera, mientras que frente a ellos un consultorio recibe a cientos de enfermos.
Los escalones de la sala son el refugio de las personas que esperan información de sus familiares.
Bajo el sol muchos buscan refugio en los árboles o incluso detrás de los carros que permanecen estacionados en las inmediaciones del nosocomio.
Los familiares sólo pueden ingresar a la sala en caso de querer ocupar el sanitario, pero deben dejar sus pertenencias en otro lado pues no permite el acceso con bolsas o mochilas
Oficiales, niegan el acceso a los familiares
¿A dónde pasa? ¿Cómo se llama su familiar?, son la preguntas que en tono de regaño reciben los parientes más cercanos.
La resignación en sus rostros y el medio latente en sus pechos los obliga a descansar en el pavimento; mujeres y hombres se protegen del sol con cartones y gorras.
La entrada de las ambulancias al área de urgencias se ve obstruida por más de 50 personas cansadas que esperan con tristeza cualquier noticia.
Relatos tristes se escuchan por ese corredor, personas llevan más de una semana durmiendo en las calles porque en la sala de urgencias no pueden descansar un momento, ocupan cajas de cartón y periódico para cubrirse del frío y han improvisado maneras para resguardarse de las inclemencias del tiempo. Algunos llevan bolsas repletas de cobijas y abrigos, pues afirman que el frío de la madrugada es más penetrante que cualquier navaja afilada.
La calle Nicolás San Juan es tierra de olvidados. Personas se han visto en la necesidad de acampar y comer a orillas del centro médico en su deseo de no abandonar a sus pacientes.
“Los policías se creen dueños del hospital” son algunos de los reclamos de la gente que se escuchan en las calles; sin embargo, no denuncian el trato pues afirman que nadie los escucha.
Pacientes nuevos ingresan a cada momento, otros tantos se van, familiares aliviados llevan en el acceso trasero bolsas de ropa para que sus pacientes se quiten la bata de hospital.
La sala de urgencias es un lugar solitario en donde pocas personas esperan sentadas, mientras muchos se encuentran soportando el calor intenso del medio día y el ambiente frío de las noches largas por la falta de espacio.
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