La presencia de la barbarie mundial nos hace replantearnos seriamente si hay “humanidad”: en todos los órdenes (local, regional, estatal, nacional, mundial) se presentan conflictos generadores de miedo y desesperanza. Llámense atentados terroristas, intervenciones belicistas, homicidios… nadie, en todo el orbe, está exento de vivir –en carne propia, en algún familiar o conocido, o al menos como parte de la raza humana– lo que bien llamó Joseph Conrad “el horror”.
Nuestro país vive cotidianamente estas sinrazones, aunque hay una en particular que está marcando la agenda política y social: la tragedia de Ayotzinapa. Cuarenta y tres jóvenes secuestrados por el crimen organizado y las mafias del gobierno, que a más de un año seguimos sin conocer su destino.
Distintas visiones han tratado de, si no esclarecer, al menos intentar comprender qué es lo que está pasando con semejante derramamiento de sangre. Y uno de los pensadores más influyentes, Sergio Aguayo Quezada, escribió un breve libro, “De Tlatelolco a Ayotzinapa: las violencias del Estado”, el cual pretende establecer cómo ha sido posible que el crimen organizado haya devenido un Estado paralelo, capaz de oponerse al gobierno constitucional, sin que éste pueda no digamos detenerlo: al menos acotarlo.
El libro, aunque interesante, realmente no ahonda en el tema de los estudiantes actual (dedica solamente un capítulo, en el que establece mínimos hechos y sugerencias), y se centra en hacer una revisión de la matanza de Tlatelolco, en 1968 (esto sí, muy bien documentado, y con hipótesis para aquellas cuestiones que siguen siendo una incógnita bastante lógicas y viables).
En resumidas cuentas, esta obra funciona como una herramienta para comprender la violencia cometida por el Estado, pero con muy breves propuestas para analizar las coyunturas de violencia de nuestro presente. No obstante, el autor acierta al advertir que la solución radica en la propia sociedad: debemos organizarnos y exigir cambios gubernamentales, en todos los niveles, si queremos que la escalada de la violencia sea erradicada.
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