Alejandro Gómez Sánchez fue un procurador y fiscal de mediocres resultados. Tuvo todo, como nunca nadie antes lo tuvo, y no pudo o no quiso. Quizá ambas. No debe hacerse leña del árbol caído, pero sus 7 años al frente de la procuración de justicia, fueron 7 años perdidos. Llegó al cargo por recomendación de sus amigos, Eruviel lo dejó como herencia al delmacismo, a la vista de los resultados, herencia envenenada.
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Alejandro se va con un saldo personal, privado, ganador. Se marchará como un hombre inmensamente rico, solo en salarios se llevó más de 15 millones de pesos, pero eso son minucias en su patrimonio total. A él le fue muy bien y por ley le seguirá yendo. Le dejarán para su uso camionetas blindadas y una escolta de al menos 6 elementos.
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Se irá más por obligación que por gusto. No fue que le haya remordido la conciencia por la falta de resultados o que un súbito ataque de vergüenza le invadiera, no. Le sugirieron amablemente que buscara otras opciones. Le despedirán hasta con palmas, pero todo será de dientes para fuera, no hay una mente lucida que le defienda. Fue insufrible.
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No solo se irá él, le acompañarán sus más cercanos. Saldrán más de 10 altas funcionarios y quizá una veintena de mandos medios, entre ellos el lamentable Claudio Barrera –herencia de Carlos Aguilar– quien se sentía más autónomo que el propio fiscal.
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Ninguno de los grupos parlamentarios en la Legislatura local tiene por sí mismo los votos suficientes para imponer a un favorito, el nombramiento será producto de la construcción de consensos. Ernesto Nemer es el primer nombre que liberan en la conversación de la élite. Veremos.