Sálvese quien lea

Contra todos los dioses Este libro de A. C. Grayling (reputado profesor de filosofía, colaborador en diversas publicaciones y autor de varios libros sobre la religiosidad) lleva como subtítulo “Seis discusiones sobre la religión y un ensayo sobre la bondad”, que giran en torno de temas como el “derecho inherente” a que las religiones sean respetadas, si el ateísmo, por sí mismo, debería ser considerado una religión, o si vivimos un resurgimiento global de ésta, y que, finalmente, el pensamiento reflexivo es lo que evitará que regresemos a una época oscurantista (ya Malraux había afirmado que el siglo XXI sería
octubre 9, 2015

Contra todos los dioses

Este libro de A. C. Grayling (reputado profesor de filosofía, colaborador en diversas publicaciones y autor de varios libros sobre la religiosidad) lleva como subtítulo “Seis discusiones sobre la religión y un ensayo sobre la bondad”, que giran en torno de temas como el “derecho inherente” a que las religiones sean respetadas, si el ateísmo, por sí mismo, debería ser considerado una religión, o si vivimos un resurgimiento global de ésta, y que, finalmente, el pensamiento reflexivo es lo que evitará que regresemos a una época oscurantista (ya Malraux había afirmado que el siglo XXI sería religioso o no sería).

Creo, sin temor a equivocarme, que lo más rescatable del libro es la reflexión final sobre la alternativa a las posturas retrógradas, fundamentalistas e irreflexivas de las religiones –porque, de que las hay, las hay–: el humanismo. Así, afirma de éste que “su deseo de aprender del pasado, su exhortación al coraje en el presente, y su compromiso con la esperanza en el futuro, tienen por objeto las cosas reales, las personas reales, las necesidades y las posibilidades humanas reales, y el destino del frágil mundo que compartimos. Su objeto es la vida humana; no requiere creer en una vida después de la muerte. Su objeto es este mundo; no requiere creer en otro mundo. Su capacidad de atribuir sentido al mundo o de fomentar la vida ética no requiere órdenes de divinidades, ni promesas de recompensas o amenazas de castigos, ni mitos ni rituales. Sólo requiere abrir bien los ojos, ser compasivo y amable, y usar la razón”.

Sin comulgar del todo con las reflexiones –quizá valdría más llamarlas acusaciones– de Grayling, creo que abren un debate inteligente sobre una “ética no religiosa” (cosa que no sólo comparto, sino afirmo).

 

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