La más importante de las herramientas de la labor política es la palabra. Todo político es tan bueno o malo como su capacidad para convencer utilizando las palabras. Si la política es el arte de lo posible, ello debe entenderse como la posibilidad de que “de la nada” se genere “un algo” que mueva a las personas a hacer o dejar de hacer algo.
El problema con las palabras que usamos a diario es que nos contagian de una lógica que vuelve difícil saber cuándo son ellas las que están determinándonos. Y es que cuando nombramos las cosas no sólo conseguimos dirigir nuestro pensamiento hacia algo, reconociendo así su existencia, sino que damos muestra del modo en que ordenamos nuestro mundo.
Hoy, cuando nos llegan ríos de noticias sobre los sucesos que tienen lugar en los Estados Unidos de Norteamérica, derivados de decisiones tomadas por la novel administración del señor Trump en materia migratoria, de este lado de la frontera los políticos han dado rienda suelta a sus discursos. Algunos los han dirigido al posicionamiento para exigir respeto, otros han optado por la conciliación, la apelación a la buena vecindad y, desde luego hay quienes han hablado en términos más beligerantes. ¿Debería incluirse en este último grupo al gobernador del Estado de México? Lo digo porque esta semana hizo un llamado a “una cruzada”.
Este término, “cruzada”, es de origen netamente militar; se acuñó para referir a las expediciones que las tropas de algunos reinos emprendían contra los infieles, especialmente para recuperar los lugares santos en la vieja Europa de la Edad Media. Es un término antiguo, relacionado con hacer la guerra y recibir una indulgencia por el daño causado. ¿Está llamando el gobernador Eruviel Ávila a hacer la guerra? Su llamado fue ha emprender una “gran cruzada por los derechos de los mexicanos en estados unidos” y lo explicó así: “Hacer una gran cruzada desde las escuelas, desde las calles, desde las iglesias para informarle a nuestros paisanos que tienen derechos básicos, que no nada más es un tema de deportar por deportar”.
¿Por qué utilizar un término militar y no uno de paz? En las palabras empleadas se puede atisbar la no comprensión de lo que implica la convivencia. En la lógica del término cruzada está implícita la división entre fieles e infieles, entre propios y extraños, entre el bien y el mal, entre lo aniquilable y lo prohijable. Quien llama a una cruzada cancela la posibilidad de diálogo y entendimiento con aquellos a quienes juzga “infieles”. Pensar al otro en términos de abatible, aniquilable, expulsable, como lo propone una cruzada es el primer paso para la acción violenta. Decía Gandhi, “cuida tus pensamientos porque se volverán actos”.
Al frente del gobierno de los Estados Unidos está hoy alguien que se pone a sí mismo como centro de todo, a su nación como prioridad y a sus ideas como únicas. Esta, desde luego, es una postura violenta, porque no concede respeto alguno al derecho ajeno. La pregunta es si queremos entrar en lucha contra eso o tenemos un poco de más horizonte e ideas para enfrentarlo; si la solución puede venir de pensar el tema en términos de guerra, de confrontación de vencer y arrasar. ¿Será ese el camino?