Edoméx: parada de sueños y pesadillas

Toluca, México 14 de Junio de 2018. El reloj marca las 14:00. Lolita, de tres años, juega con su muñeca. Sus padres, sentados a lado de ella, se cubren de los intensos rayos del sol bajo un árbol del Club de Golf San Carlos, ubicado en Metepec, Estado de México. El semáforo se pinta de […]

Toluca, México 14 de Junio de 2018. El reloj marca las 14:00. Lolita, de tres años, juega con su muñeca. Sus padres, sentados a lado de ella, se cubren de los intensos rayos del sol bajo un árbol del Club de Golf San Carlos, ubicado en Metepec, Estado de México.

El semáforo se pinta de rojo, las grandes camionetas que transportan a los niños que salen del Colegio Argos se detienen. Un hombre de tez morena, con short y una camiseta echa jirones, se acerca a los vehículos. En sus manos carga consigo un bote de aluminio.

Él, parado ahí frente a los conductores, pide que le regalen unas monedas para dar de comer a su  esposa e hija, pues dice ser de origen guatemalteco y que,  por su condición, no ha podido encontrar trabajo. El verde del semáforo empieza a parpadear, la buena fe de la gente se vislumbra en los cincuenta pesos que el migrante pudo reunir en apenas un minuto.

La historia se repite, aunque ahora le toca a ella, a la mamá de Lolita, quien es una mujer de estatura media, delgada, pero de piel blanca. Para su intervención, carga a su pequeña a cuestas con ayuda de un rebozo gris; sin embrgo, el argumento ha cambiado: con un tono diferente, explica que al arribar a la entidad mexiquense les fueron robadas sus pertenecías y que están juntando dinero para llegar a la frontera y, así, cumplir el anhelo del sueño americano.

Los padres de Lolita son algunos de los 270 mil migrantes extranjeros que vienen cada año al Estado de México. Ellos, en conjunto, pertenecen a los 3.3 millones de migrantes que existen en el mundo, de acuerdo con cifras de la Organización Internacional para la Migración.

Para ellos, la travesía comenzó de sur a norte co un viaje en “La Bestia”. Arturo y Karime, como se llaman los padres de Lolita, no recuerdan la fecha en que se subieron al tren. Sólo saben que llegaron a la república mexicana hace tres meses, desde San Juan Ostuncalco, Guatemala. Arribaron, primero, a Chiapas solicitando refugio; ahí, dijeron a los oficiales que diariamente vivían en condiciones de pobreza y violencia extrema. No obstante la razón expuesta, y en lo que esperaban una respuesta a su solicitud, decidieron escapar.

 

Foto: El Universal.

El tren de “La Bestia” pertenece a línea Ferromex y, oficialmente, transporta exclusivamente materias primas y combustible. Su otro cargamento son los sueños, las esperanzas y los anhelos que están en buscan de una vida mejor.

Primero, los más de mil igrantes abordo pasan por las ciudades de Córdoba y Orizaba, Veracruz, durate dos meses de miedo, calor, frio, sed, hambre y peligro de muerte. Al bajar, no saben que han llegado a la pequeña comunidad de Lechería, situada en Tultitlán, Estado de México; parada obligada donde les es posible trasbordar al ferrocarril que los conducirá a Laredo, límite fronterizo entre Estados Unidos y México.

 

Foto: BBC.

 

Karime se persigna, agradece a Dios que haya permitido llegar con bien a la familia y explica que, al transitar por la estación de Lechería, se ha encontrado con varios paisanos guatemaltecos, pero que también ahí ha llegado gente de El Salvador, Nicaragua y Honduras. Lechería recibe, al día, entre 100 y 150 migrantes extranjeros.

Luego de descansar, los migrantes tienen que caminar a los poblados más cercanos en busca de comida y agua. Algunos más afortunados lo hacen acompañados; otros, tienen que hacero por su cuenta. Unos gastan el poco dinero que traen consigo en pan, tortillas y fruta. Los vendedores se aprovechan de su precaria circunstancia para aumentar los precios de los productos básicos; por ello, Karime y Arturo optan por tocar las puertas de las casas pidiendo alimento, enfrentándose así al rechazo, la marginación y la indiferencia mexiquenses.

Al caer la noche, los centroamericanos toman un rumbo incierto. Muchos prefieren dormir en la calle a caminar 40 kilómetros para llegar a la Casa del Migrante  “San Juan Diego”, ubicada en el municipio de Huehuetoca y que abrió sus puertas el 22 de agosto de 2012. Su objetivo es, y ha sido, brindar apoyo, descanso, ropa, alimento, atención médica y asesoría legal a los migrantes que están sólo en su paso.

Los papás de Lolita hicieron este esfuerzo por su pequeña hija, ambos dicen que ellos podrían dormir en cualquier lugar, pero la niña no. Esta familia guatemalteca llegó al refugio cerca de las 23:00, los ayudantes del Padre Felipe, fundador del inmueble, los reciben al ver que consigo traen a una menor de edad y les permiten entrar.

 

Foto: Televisa.

 

Atrás llegan más indocumentados, a quienes no se les permite el acceso pues se les informa que éste sólo es de 8:00 a 21:00. Atemorizados corren, tocan las puertas para pedir asilo en algunos hogares, pero nadie atiende su llamado.

Para los vecinos, los migrantes son mal vivientes, adictos, ladrones y suciedad. Las mujeres, por su parte, son las más castigadas, ya que son consideradas como prostitutas que venden su cuerpo para conseguir alimento o un marido mexicano.

Ellas, para alcanzar el sueño americano, tienen que pagar una doble cuota, pues muchas son forzadas a tener relaciones sexuales (o incluso son víctimas de violación) por policías, narcotraficantes y coyotes. Si ser mujer en México es un peligro, ser migrante del sur es aún peor.

Los principales enemigos de los migrantes son la policía y los militares mexicanos. Si los oficiales, al patrullar la zona de Lechería, observan que las personas son ilegales, les hostigan y piden una cuota para no ser deportados. Arturo dice que es mejor hacerse pasar por mexicano, aprenderse el himno nacional o conseguir una credencial falsa por 500 pesos.

“El trabajo tampoco es digno para nosotros”, comenta Karime. “La gente mexicana es recelosa, algunos no nos contratan y otros nos pagan un raquítico salario que no alcanza para comprar pañales y leche, que necesita mi hija; esto nos obliga a pedir dinero a transeúntes. Al día conseguimos más de 200 pesos. De ese dinero tenemos que dar la mitad al señor que se nos acerca corriendo y enojado, portando un uniforme verde”.

Para nadie es un secreto que la migración representa un negocio para autoridades y delincuentes del crimen organizado. Un día, Arturo y Karime no consiguieron pagar la cuota. Los policías mexiquenses los levantaron, los llamaron farsantes, les dijeron que mentían a la gente para pedir dinero, pues no eran extranjeros. Les quitaron los papeles y los encarcelaron después. “Por fortuna”, dice Karime, “al verme con mi niña un agente del ministerio se apiadó de mí y me dejó libre. Arturo, mi esposo, no corrió con esa suerte. Fue encarcelado. Después de una semana salió de prisión, pues no juntamos para pagar el dinero que ellos nos pedían”.  

Es así como esta familia guatemalteca huyó de Tultitlán a un lugar desconocido. Ahora llegaron a la terminal de Toluca, donde encontraron a personas con su misma condición, pero ellos siguieron buscando otro punto para pedir dinero. Caminaron por más de media hora y se sorprendieron al ver algunas camionetas grandes y autos lujosos. Ahí decidieron asentarse.

Ha pasado más de una semana. Karime, Arturo y la pequeña Lolita han desparecido, ya no hay rastro de ellos en la Avenida 5 de mayo. Sólo queda ropa vieja que dejaron enredada en el tronco de un árbol. El señor que diariamente vende palanquetas sobre la calle señala que desaparecieron, que no sabe nada de ellos, ni siquiera donde se quedaban. Se desconoce el paradero de la familia guatemalteca, no se sabe si fueron levantados por policías o si continuaron su camino para llegar a los Estados Unidos.

La Delegación Nacional de Migración en el Estado de México afirma que la entidad mexiquense aún no cuenta con refugios oficiales para abastecer las necesidades de los migrantes, por lo que extranjeros transitorios, como ellos, son puestos a disposición de las autoridades. De este modo, señalan que  cada año son repatriados 250 mil migrantes; también, indican que 700 de ellos mueren en el intento de consumar el sueño americano.

Los migrantes olvidados e ignorados, víctimas de violencia transnacional y exclusión social carecen de justicia, pues los crímenes en su contra no son castigados y quedan impunes, como la masacre ocurrida en 2011, en San Fernando, Tamaulipas. Ahí se encontraron 193 restos en 47 fosas clandestinas. Los cuerpos presentaban tiro de gracia y signos de tortura; la mayoría de estas víctimas eran migrantes. Hasta el momento, las autoridades mexicanas no han podido esclarecer los hechos, por lo que quedan cuentas pendientes…

 

Foto: Red política.