Toluca, México; 23 de abril de 2019. Sin condescendencias, la voz y el criterio de Roberto Fernández Iglesias resuenan incluso después de su muerte sucedida hoy, precisamente cuando se conmemora el día mundial del libro.
La partida silenciosa de El Gordo, nacido en Panamá en 1941, es −y será por mucho tiempo− lamento permanente para sus huérfanos: amigos y alumnos quienes fueron testigos de una fina inteligencia y un sarcasmo feroz.
Roberto era emisor de una crítica implacable para sus estudiantes en la escuela de escritores Juana de Asbaje; detractor profundo para los poco o nada interesados en la lectura en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México, seguro también para todos aquellos que fueron sus alumnos en talleres literarios, en tantos sitios.
Lector voraz y crítico fundamental, Roberto Fernández configuró una escuela duradera de literatos; con una pasión incuestionable por la literatura, le obsequió al Estado de México la fundación −en 1964− de TunAstral, el club de escritores de Toluca que fue puerta de entrada, tránsito y salida para numerosos escritores.
Impulsor de TunAstralia, colección en la que publicaron prosistas y poetas que actualmente configuran la escena literaria de la entidad, “El Gordo” Iglesias es, incuestionablemente, editor fundamental de la literatura mexiquense, mexicana y latinoamericana. Fue también fundador de cAmbiAvíA y ejecutor de considerables piezas de periodismo cultural. Fue coordinador, siempre junto a Margarita, su esposa y compañera, de los cafés literarios TunAstral.
Su trabajo como crítico literario y ensayista, así como su profundo conocimiento del canon literario favorecieron la creación de una poética inteligente, informada y audaz en la que asoma una personalidad fuerte, irónica y profunda.
El trabajo de promoción de la literatura de Roberto Fernández Iglesias resuena y seguirá resonando porque era una labor comprometida y honesta, alejada de un proteccionismo oficial y de circunscripciones formales; su poética y ensayística resuenan igual que las críticas ácidas y enseñanzas −duras pero fundamentales− que sus huérfanos atesoran mientras guardan −lo mismo que la poesía latinoamericana− un largo, quizá interminable, luto.