¡Esto es un asalto!

Toluca, México; 24 de enero de 2018. “¡No puedo hacer nada! ¡No puedo moverme de aquí!” Me dijo el vigilante luego de observar cómo, a plena luz del día, me asaltaron. Todo sucedió en menos de un minuto, todos los vieron pasar: el dueño de una empresa que llegaba, los vecinos de la casa de enfrente que […]

Toluca, México; 24 de enero de 2018. “¡No puedo hacer nada! ¡No puedo moverme de aquí!” Me dijo el vigilante luego de observar cómo, a plena luz del día, me asaltaron.

Todo sucedió en menos de un minuto, todos los vieron pasar: el dueño de una empresa que llegaba, los vecinos de la casa de enfrente que se asomaron, pero nadie hace nada. 

Es la realidad que vive el mexicano, mejor dicho el mexiquense, la omisión y la indiferencia, porque ellos aún no son las víctimas. 

“¡Esto es un asalto!” Fueron las palabras más aterradoras que he escuchado.

Santos Degollado, casi el centro de Toluca es la calle por la que transito desde hace más de seis meses -todos los días- para ir a mi trabajo, un lugar que creía conocer. 

Hoy fue un día desafortunado, alrededor del mediodía me convertí en víctima de la delincuencia, víctima de dos jóvenes que buscan el camino fácil, el del robo.

En un acontecimiento desdichado, una mujer y un hombre, niños para mí porque no alcanzaban ni los 18 años -al menos así lo mostraron sus rostros- me amagaron, me arrebataron el celular y corrieron.

Tuve suerte, pues no hubo sangre ni violencia, sólo una amenaza –si sigues gritando te acuchillo, dijo, él cuando escuchó mi grito desesperado, único modo de defensa. 

Probablemente era sólo su dedo lo que sentí en mi espalda pero no quise comprobarlo, el miedo me paralizó.

Él tenía una gorra beige y una sudadera; a ella, la recuerdo poco: cabello rubio y amarrado, enfurecida, pidiendo mi bolsa, la que no se logró llevar, porque en un acto de valentía, le dije: “esa no, ya llevas mi celular”. 

No los escuche llegar, tal vez venían siguiéndome una cuadra antes, nunca lo voy a saber. Puede que fueran novatos, así lo comenta mi amiga; ella escuchó todo al momento del asalto, yo llevaba puesto el manos libres, los imbéciles no colgaron. 

La llamada estuvo activa 10 minutos después del acontecimiento, peleaban al decidir quién se quedaría con mi celular, decían: “vamos a regresarnos, vamos a madrearla, vamos a dejarla tirada”. Ninguno de sus comentarios sonaba a arrepentimiento por robar objetos ajenos que son producto de un trabajo honrado, del trabajo de un reportero. 

Dos policías rodeando la zona, una patrulla a unos cien metros, todos vigilantes, nadie efectivo. Peinamos el lugar, como se dice, para encontrarlos, obviamente no los hallamos. 

¿Quiénes son los culpables? Yo por mi minuto de distracción, ellos por ser amantes de los ajeno, los policías por no estar atentos, el gobierno, el sistema, el desempleo… ¿Quién?