Fracaso es una palabra que en el deporte, periodistas y aficionados utilizamos con una facilidad espantosa. Muchas veces es provocada por el enojo irracional, por el deseo peyorativo de señalar o denostar a un equipo o personaje. La pregunta es: ¿cuándo la empleamos de forma adecuada? ¿Cuándo somos injustos y ruines al hacerlo?
La Real Academia Española (RAE) define la palabra fracaso de forma muy corta y sin ningún fondo: “hecho o efecto de fracasar”. Pero eso sí, ¿qué es? ¿Qué significa el fracaso? La explicación más congruente que los sociólogos han encontrado es que: “El fracaso es una percepción subjetiva que se puede definir como un malogro o resultado adverso de la expectativa que uno tenía”.
Si esta afirmación es cierta, lo que marca el verdadero sentido de usar adecuadamente el calificativo de fracaso a una actuación deportiva es tener de manera totalmente clara la real expectativa, analizando las posibilidades de éxito contra una victoria o la derrota.
Ganar perdiendo
¿Podemos perder y tener éxito a la vez? Aunque parezca incongruente, esto es una absoluta realidad, tanto en la vida como en el deporte. También lo es que en ocasiones “ganando”, realmente se puede perder, porque la victoria casual esconde los errores y, si estos no son visibles para la mayoría, difícilmente serán corregidos bajo la coartada de que, a pesar de ellos, se tuvo éxito. Cuando esto sucede, como en México de forma muy común, los triunfos no son constantes, se vuelven circunstanciales, como le sucede a la mayoría de los deportes en nuestro país.
Para hacer más claro nuestro dicho, pongamos un ejemplo: si la delegación mexicana en París 2024 superara el número de medallas obtenidas en otros Juegos Olímpicos, esto puede ser evidencia contundente de que México deportivamente ha mejorado. La respuesta es no desde un entorno global, no del país, porque muchas de esas medallas son producto de esfuerzos familiares o individuales, no de una política de gobierno, que bien pudo solo acompañar en la etapa final. Ganar más medallas sería una coartada para afirmar que se está mejor.
Es imprescindible que en toda actividad tengamos en cuenta los entornos de nuestra realidad y nuestros objetivos desde un análisis totalmente objetivo. ¿Se compite en igualdad de circunstancias de infraestructura, apoyos privados y de gobierno? Cuando la respuesta a esta pregunta sea afirmativa, entonces, bajo entornos estrictamente deportivos, podríamos analizar y determinar, en su caso, que efectivamente la palabra fracaso se puede emplear.
Que la selección mexicana de fútbol a nivel mayor aspire a ser campeona del mundo es un deseo, una aspiración, un sueño e incluso puede hasta ser un objetivo y es perfectamente válido. El tema es: ¿tiene expectativas reales de poder serlo en el corto plazo? La respuesta es no. Pudiera ocurrir un milagro, pero eso será una casualidad, no una expectativa real.
Milagros y realidades
La mejor muestra de lo escrito es tomar el ejemplo del fútbol de Grecia, que fue campeón de la Eurocopa y no por ello se convirtió en potencia; por el contrario, los milagros producen alegrías inmensas hasta que la realidad vuelve a hacer acto de presencia.
¿Por qué no es una expectativa real? Porque hay muchos otros países y selecciones que tienen jugadores con calidad muchísimo muy superiores a los nuestros, que tienen ligas y competencias mucho más exigentes que la nuestra, porque otras ligas tienen diferentes sistemas de competencia y metodologías que los potencian cada torneo en lo individual, lo colectivo y lo mental.
Por tanto, no ganar una Copa del Mundo no puede ni debe considerarse un fracaso, porque, aunque sea un deseo, no es una expectativa real. ¿Qué entonces sería un fracaso? No superar una fase de grupos donde se compite con equipos o selecciones con expectativas reales similares o menores que las nuestras. No aprovechar la gran ventaja que provoca una localía.
Frustración y mercadotecnia
Cuando la derrota ocurra, a pesar de los entornos ante equipos superiores en expectativa, solo serán golpes de realidad. En la vida, en el deporte, muchas veces esa realidad produce profundos estados de frustración en los aficionados, que suelen desencadenar reacciones violentas en muchos sentidos.
En las condiciones actuales de nuestro balompié, por más que alguna vez se les haya ganado, el perder ante Argentina, Francia, España, Inglaterra, Brasil y muchas otras en una competencia oficial, ya sea de local o en territorio neutral, es una expectativa real y normal. Un resultado en otro sentido debe ser tratado como un hecho circunstancial y hasta accidental.
El tema no parece tan complejo de entender e interpretar. Sin embargo, el grave problema se incrementa cuando entra en juego la mercadotecnia de los medios masivos, que para vender crean falsas expectativas deportivas, creando productos milagro.
Nadie anuncia que vende un producto que en realidad es «regular o medio malo». ¡Quién demonios te compraría algo así! La mercadotecnia debe inducir a la compra: lo malo lo venden como bueno, lo regular como extraordinario y lo bueno como milagroso, y solo para algunos, para hacerlo aspiracional.
Productos «milagro»
Cuando el aficionado promedio «compra» el producto milagro y este, en su actuar deportivo, desnuda las «letras chiquitas» de su realidad y pierde, los fanáticos explotan y sin autocrítica alguna niegan haber sido engañados otra vez, comprando y consumiendo caros productos que en esencia eran muy baratos.
Claro que ellos, los aficionados, tienen gran parte de culpa, porque al seguir comprando y consumiendo productos deportivos chatarra, siguen manteniendo lo que es un gran negocio para otros. Les venden un Ferrari con motor de Vocho, y en esas condiciones sueñan con ganar la carrera y competir contra los McLaren o los Red Bull. Cuando forzan al «vochito», explota el motor y comienzan los descalificativos. ¿Y cuál es la responsabilidad del aficionado que compró y consumió una vez más un producto malo?
Olímpicos, enorme diferencia
Pero hay engaños y engaños, y fracasos y fracasos. Nuestros atletas en Juegos Olímpicos, en la inmensa mayoría de casos, independientemente del lugar que ocupen en su especialidad, no pueden, no deben calificarse como fracasos, simplemente por las expectativas reales de su deporte, de su entorno, de las facilidades, de sus apoyos.
Es lógico y entendible que para muchos aficionados e incluso colegas resulte frustrante leer o enterarse que fulanito o sutanito fue eliminado en su primer heat eliminatorio o terminó en el lugar 8, 16 o 20 de tal o cual especialidad. No se pueden considerar fracasos. La diferencia entre la actuación de estos atletas comparados contra la de nuestros futbolistas es abismalmente diferente. ¿Por qué? ¡Por las expectativas reales!
Nuestros futbolistas no dependen de un presupuesto público ni de infraestructura gubernamental. Muchos de nuestros futbolistas profesionales, a nivel selección mayor, ganan salarios superiores al promedio en ligas como España, Alemania, Holanda e incluso algunos de Inglaterra. Ese exceso causa una problemática que lleva a que vivan en una zona de confort, que los limita a salir sacrificando dinero, pero sí los motiva a regresar por esos muy buenos salarios.
Becas y comparaciones
Nuestros deportistas olímpicos, en su inmensa mayoría, sobreviven a la pasión de su deporte gracias a los sacrificios económicos de sus familias. Sus becas —los que tienen, si es que Ana Guevara no se las esconde por burocracia— son absolutamente insuficientes e incluso los han mandado a vender calzones y Tupperware, como lo hizo esta nefasta y prepotente dirigente, que como atleta siempre cuestionó la falta de apoyos, resultando muchísimo peor que los que tanto criticó.
En los estados que eventualmente entregan apoyos menores o becas, también dejan de hacerlo o bien se los gastan en publicidad política, como sucedió en Chihuahua, donde lo evidenció Uziel Muñoz, quien terminó como octavo del mundo en lanzamiento de bala y acusó a la institución deportiva de la gobernadora panista Maru Campos de adeudarle una beca durante dos años. Tuvieron el descaro de felicitarlo para colgarse la medalla. El deportista Uziel Muñoz exhibe que el ICHD lo dejó sin beca tras la felicitación de la gobernadora de Chihuahua.
La beca más alta que otorga la CONADE es de 55 mil pesos mensuales, siempre y cuando seas medallista de oro olímpico. Si eres el 10° del mundo en clavados, tendrás 10 mil pesotes mensuales de beca.
Un exprofesional del fútbol en la “talacha” gana 10 mil pesos o más a la semana, y las caguamas de sus patrocinadores. Hay jugadores de tercera división y de la segunda que ganan mucho más que eso y son el número 232424242423243252627626262626 del mundo.
Es triste, pero muy cierto que en la Liga de Expansión MX, la mayoría de sus “figuras” ganan un salario mensual mucho mayor que la beca de un medallista de oro olímpico u olímpico en el top ten mundial. Las chicas de nado sincronizado, el boxeador Marco Verde y muchos más están lejos de esos ingresos, siendo top en el mundo.
A pesar de todo
El deportista olímpico llega, participa y compite a pesar de que sus etapas iniciales se prepararon en infames infraestructuras deportivas del país, a pesar de la incapacidad de sus dirigentes, a pesar de la inexistencia en la aplicación de programas deportivos en edad temprana en México, salvo honrosas excepciones de licenciados en educación física, que hacen mucho con muy poco. Esa materia, que es base para la coordinación motriz en México, no tiene ninguna importancia; basta con llevar tenis blancos y uniforme para sacar un 10 en educación física.
Por eso, para mí, porque conozco los entornos tan adversos que nuestros deportistas que nos representan en París 2024 tuvieron que sufrir para estar allá, no puedo considerarlos fracasados. Nuestros consentidos y mimados futbolistas ni siquiera pudieron estar ahí, ganando millones.
Preguntas incómodas
Los filtros para llegar a participar en Juegos Olímpicos se han agudizado muchísimo. Esa frase de “Lo importante no es ganar, sino competir” de Pierre de Coubertin caducó hace muchísimo tiempo para frenar el gigantismo de los juegos. Hoy, para ir, hay que estar entre los mejores del mundo, hay que ganarse su lugar en un mundial de la especialidad, estar dentro de los parámetros más exigentes.
En este 2024, se estima que somos 8 mil 200 millones de personas en nuestro planeta. ¡8 mil 200 millones! Le hago una pregunta, que espero se responda a sí mismo con absoluta sinceridad: ¿Terminar como número 15, 30 o 40 del mundo en nuestra especialidad deportiva, a pesar de los entornos y las pocas expectativas reales de éxito, de verdad se puede calificar como fracaso?
¿En qué lugar del mundo está usted o yo?
No sé a qué se dedique usted, que me está leyendo, en la vida, pero sea cual sea su profesión u oficio, le hago otra pregunta: ¿Es de los mejores de su colonia, de su municipio, de su ciudad, de su país, de Centroamérica o del continente? Si respondió con sinceridad, habrá comprendido, como yo, que los que llegaron hasta ahí no pueden ser considerados fracasados.
Eso sería poner a todos en la misma canasta y eso es muy injusto. Eso no es ser conformista o falto de aspiraciones, la realidad no está peleada con luchar por sus sueños y contra las adversidades. En la vida, como en el deporte, hay fracasos disfrazados de éxito y victorias calificadas de fracasos. La vida y la sociedad suelen ser así de injustas.
“Inténtalo y fracasa, pero no fracases sin intentarlo”- Anónimo

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