La noche en la que el camposanto cobra vida

Toluca, Estado de México; 31 de octubre de 2018. “Siempre visito a mis muertos, porque los llevo en el corazón”, dice Roberto, un señor de la tercera edad que está en el Panteón General de la Soledad, en Toluca para “hacer algunos arreglos y alistar la tumba" de su familia que llega desde el primero de […]

Toluca, Estado de México; 31 de octubre de 2018. “Siempre visito a mis muertos, porque los llevo en el corazón”, dice Roberto, un señor de la tercera edad que está en el Panteón General de la Soledad, en Toluca para “hacer algunos arreglos y alistar la tumba" de su familia que llega desde el primero de noviembre. 

El camposanto más importante de la capital mexiquense, que data desde 1883, alberga en su estilo europeo alrededor de 68 mil fosas: “ya no hay mas lugar”, manifiesta el director de Servicios Públicos de la capital mexiquense. El sitio que, entre sus calles lleva nombres de flores, ve pasar personas de todas las edades, desde los mas pequeños, quienes llevan tradicionales flores de cempasúchil, termino náhuatl que significa “flor de los 20 pétalos”, hasta los mayores, con rosas blancas. 

Hay tumbas de todo tipo, desde las más ostentosas, construidas con mármol como la de la familia Libien Santiago, del grupo Miled, hasta llegar a las que sólo son de tierra como la de los Ramírez, que acuden al camposanto a visitar a la señora Ramírez, dicen que este año “ahora sí le van a colar su casa”, por ahora sólo van a orar porque su alma llegue bien a esta tierra. 

Una buena tumba, dice Don Juan, un marmolero que trabaja en el lugar, “va desde 5 mil hasta 50 mil pesos, dependiendo de si el material es mármol o cantera". La señora Ramírez lleva más de 15 años enterrada en el Panteón de la Soledad y forma parte del grupo que tuvo que apartar su fosa para tener derecho de ser sepultada en este cementerio, al que también podrían acceder sólo cinco de sus sucesores, pues es el número máximo de restos que puede tener una tumba.

Para que esta mujer continúe conservando su pedazo de tierra, sus parientes tienen que pagar un refrendo de 86 pesos cada 7 años, “los muertos nos siguen costando”, dice su hijo, “pero es la única forma de recordarlos, de tenerlos entre nosotros”; en un primer momento tuvieron que solventar los gastos de inhumación por dos mil pesos y en caso de que tengan que hacer un tramite de regularización, costará 782 pesos. 

El panteón es negocio para todos, desde el tianguis de flores, que adorna la fachada del camposanto, los vendedores de papas, helados, chicharrones y tacos que invaden la entrada, hasta para Uriel, un chico de 16 años que trabaja ahí desde los 15: "les ayudo escombrar sus tumbas a la gente, lo que nos gusten dar… cargo agua y lavo tumbas, aunque el año pasado me fue mejor”, quien señala que los 200 o 100 pesos que gana al día los usa para comprar sus cosa de la escuela. 

La lapidas del cementerio albergan a personajes ilustres que fueron parte de la historia del Estado de México; hay ex gobernadores, pintores, empresarios: José Vicente Villada, Agustín Millán y Alfredo Zárate Albarrán. Destaca la tumba de Rosario de Muñoz, porque en ella no se encuentra una cruz, que representa que su vida fue truncada. También trasciende la del General Miramontes, de quien se cuenta se pasea por los pasillo del panteón a caballo y sólo se escucha el relincho del animal. 

El día de muertos es una fiesta en la que los mexicanos celebran la unión de la vida con la muerte; los seres queridos regresan del más allá para visitar a los vivos, quienes para recibirlos iluminan su camino con velas, perfuman su andar con flores y sacian sus necesidades con bebidas y alimentos.
Los camposantos regresan a la vida, pues en un día se vuelven en el lugar más transitadas de México, que se llena de colores, de visitas, después de estar olvidados 364 noches.