La pandemia más allá de la cromática

La pandemia más allá de la cromática
¿Por qué nos duró tan poco el gusto del semáforo verde?

Hace seis semanas publicamos en este mismo espacio una reflexión sobre las nuevas condiciones en las que se seguiría haciendo frente a la pandemia que azota el mundo: el paso al semáforo verde. En esa colaboración lanzamos la interrogante acerca de cómo nos iría al cambiar de color dentro del semáforo de riesgo epidemiológico. Tanto nuestra entidad mexiquense como la Ciudad de México pasarían por primera vez en más de un año a la condición de “riesgo bajo”. En el resto del país, de hecho, casi una veintena de estados conservarían ese color y advertíamos que habría mucha más movilidad, que más llenos se verían los espacios públicos y sería necesario cuidarse, porque –dijimos- el virus no se ha ido. Era 7 de junio, hoy que es 18 de julio y regresamos al color amarillo, de “riesgo moderado”.

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¿Por qué nos duró tan poco el gusto?

Yo creo que porque no hemos entendido del todo que estamos frente a una pandemia, es decir una enfermedad epidémica que se extiende por la mayor parte del mundo. Dicho en otras palabras, es una enfermedad que se contagia de persona a persona, que es viral, que el virus es nuevo y que atrapó al mundo sin los elementos necesarios para combatirlo.

Tras año y medio de su presencia de dicho virus en el planeta, el arma desarrollada para dar la batalla es la vacuna. Hay varias vacunas generadas en distintas latitudes, bajo distintas metodologías y se han aplicado en el mundo aproximadamente 3 mil quinientos millones de dosis. El porcentaje de la población mundial que ya ha recibido al menos una vacuna apenas se acerca a 25%. El fin del problema está todavía muy, pero muy lejos. 

¿Y cuál ha sido el factor “descuidado” que tiene hoy a buena parte del mundo frente a una nueva ola de contagios?

El proceso adaptativo del virus: las variantes que hoy se conocen en el mundo son precisamente mutaciones que el virus genera al replicar su genoma. Cada que un virus ingresa a un organismo huésped (que es la condición que necesita para poder seguir existiendo) necesita hacer dos cosas: evadir al sistema inmunológico y reproducirse. Al crear más copias de sí mismo, existe la posibilidad de que se presenten diferencias con sus antecesores, lo cual daría pie a una mutación.

No se debe olvidar que en el mundo hay aproximadamente 190 millones de casos confirmados. Hay una cifra incierta sobre el número de personas que también se contagiaron pero no presentaron síntomas ni se hicieron una prueba. En todo el planeta hay una disparidad enorme en los procedimientos para detectar los casos y aplicar pruebas. Bueno, el tema es que hay cientos de millones de procesos en los que el virus se ha replicado y, por lógica, en esos procesos las mutaciones están presentes. Algunas de esas “nuevas versiones” del virus son las que hoy han impulsado las nuevas olas de contagios. En Asia, en Europa, en América, en África los repuntes son notorios y van en ascenso.

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La diferencia con las primeras dos oleadas es que hoy hay procesos de vacunación en marcha. Es verdad, un puñado de países acapararon las vacunas desde finales del 2020 y los primeros meses del presente año y pusieron en marcha campañas intensivas de vacunación. En ellos esta nueva ola de contagios no está siendo tan fatal como las anteriores, la vacuna está haciendo su trabajo de impedir que la gente enferme gravemente tras contraer el virus.

Lo anterior no significa que la gente vacunada deje de ser “candidata” para que el virus la tome por huésped y la convierta en laboratorio para autoproducirse. Tampoco hay garantía de que en estos nuevos procesos de autorreplica del virus surjan nuevas mutaciones, quizá con características más “peligrosas”. Sabemos, por ejemplo, que la variante Delta, surgida en la India (el segundo país con mayor número de casos y el tercero con mayor cantidad de decesos) es mucho más contagiosa, ello es producto de una adaptación, un ajuste, un proceso de mutación a partir del cual el virus conserva aquellas características que hacen más probable su existencia y reproducción.

Los procesos biológicos son de los más complejo y, aunque un virus no es en sí mismo un ser vivo (porque requiere un organismo huésped para reproducirse), ello no lo margina de los intrincados procesos evolutivos. Como lo sostenía Darwin, “entre cada ser y el siguiente existe una discontinuidad vertiginosa que supone, en cada generación, una invención única y singular”. Dicho en otras palabras, la batalla que se libra contra el virus causante de la Covid-19, no es contra el mismo virus de hace casi dos años, sino contra sus descendientes, que han recibido como carga genómica aquellas características que más les permiten sobrevivir, eliminando aquellas otras que el sistema inmunológico de los organismos que ha infectado lograron aniquilar.

Debe reiterarse con toda claridad: la pandemia no ha terminado, va para varios años más y los cuidados no son cuestión de cromática, no deben estar presentes o desaparecer en función de un color de semáforo de riesgo epidemiológico. El vacunarse, mantener la movilidad social en un perfil bajo, el preferir lugares no concurridos y bien ventilados, usar el cubrebocas, mantener la distancia física con los demás en la medida de lo posible, evitar el contacto físico directo, el lavado de manos y el resto de medidas de mitigación de los contagios deben conservarse por mucho, mucho tiempo más. 

Que a partir de esta semana regresemos a semáforo amarillo es sólo un recordatorio de todo eso, porque la gente sigue contagiándose, sigue enfermando y sigue propagando el virus. Todavía hay quien se resiste a la vacuna y hace mal, todavía hay quien cree que lo importante es que lo vacunen a él y a los suyos y asunto arreglado. Es un error, mientras la mayor parte de la población mundial no esté vacunada, las oleadas seguirán, las variantes podrán encontrar organismos huésped en los cuales reproducirse y seguirán causando graves daños a la salud.