México no es una democracia ni sus gobernantes gobernadores

Fue Aristóteles quien definió las formas de gobierno en la antigüedad clásica y sus variantes  degenerativas, es decir: para la monarquía que se caracteriza por el gobierno de uno su régimen degenerativo es la tiranía, la aristocracia definida por el gobierno de algunos (los mejores) que deviene en oligarquía, finalmente la república que vendría siendo […]

Fue Aristóteles quien definió las formas de gobierno en la antigüedad clásica y sus variantes  degenerativas, es decir: para la monarquía que se caracteriza por el gobierno de uno su régimen degenerativo es la tiranía, la aristocracia definida por el gobierno de algunos (los mejores) que deviene en oligarquía, finalmente la república que vendría siendo el gobierno de la mayoría con su homóloga degenerativa llamada democracia que mira más por los pobres, lo cual técnicamente tendría que ser bueno si no fuera porque el mismo Aristóteles dice de las tres clases degenerativas: “ninguna de ellas presta atención a lo que conviene a la comunidad”, es decir a la totalidad de un pueblo o nación.

¿Qué quiso decir?

La democracia como tal es un régimen que proviene de la república y se ha resquebrajado como forma de gobierno en México, los representantes de este modelo son elegidos por la mayoría y ellos a su vez se transforman en una oligarquía que técnicamente habría de venir de la aristocracia, sin embargo esa es una de las principales razones por la cual nuestro modelo mexicano de democracia es un híbrido que ha sabido resaltar por sus matices dentro de los tipos de gobierno existentes a nivel mundial. No son los mejores (rasgo definitorio de la aristocracia) pero si unos cuantos con el poder y recursos suficientes para retroalimentarse cada administración que va desde la célula más pequeña hasta la silla presidencial (rasgo fundamental de la oligarquía).

¿Quiénes son los mejores?

Aristóteles dice: “las formas correctas de gobierno lo son siempre en torno al bien común, y degeneran cuando sólo salvaguardan los intereses de una parte de la sociedad política”. En el caso del gobierno mexicano se observa algo lógicamente justificable, al no ser los mejores quienes gobiernan, su contacto con el poder los degenera y su administración se impregna de ese tufo llamado: corrupción.

Platón el maestro de Aristóteles, dictó las pautas requeridas en la conformación de un gobernante de las cuales habría de exigirse el mismo gobernante poseerlas todas para que la política cumpla su fin primordial: el bien del hombre. Es por eso que los gobernantes en primera instancia deberían ser buscadores de la verdad, procurarla para ellos mismos y regir a todos por ella. Ser hombres de ciencia, no en el sentido exacto de la cientificidad de la modernidad sino de la técnica y las virtudes para gobernar, ser inmunes a la mentira y la corrupción por así decirlo.

Gobernar con templanza y sin ansia por la riqueza, una de las principales características que un buen gobernante habría de tener, y es aquí donde nuestro raquítico modelo de democracia salta a la luz como una nueva degeneración de la anterior. Dice el Filósofo Gustavo Bueno:

“La democracia no es una forma de gobierno que suponga haber alcanzado […] la cancelación de la guerra como relación violenta entre estados. La democracia, al igual que la monarquía o la aristocracia, supone la posibilidad de su corrupción convirtiéndose en demagogia o incluso en tiranía”

Tomemos ahora, los perfiles de los ex candidatos a la gubernatura del Estado de México. La campaña de cada uno de ellos se volvió un manjar de acusaciones sobre corrupción algunas veces fraudulentas, pero la mayoría confirmadas, encubiertas y negadas. Lejos de demostrar si son o no reales tales acusaciones, lo que se ha visto en la historia de los gobernantes del Estado de México es que ninguno entra en el prototipo de un buen gobernante tal como lo dictan los cánones griegos de donde se supone viene nuestro modelo de gobierno. No  hay uno solo que no haya vivido bajo la sombra de la opulencia o el compadrazgo.  Ni uno sólo que haya tenido dentro de sus virtudes la honestidad y la templanza para negar la mentira y la corrupción dentro de sus administraciones.

“la democracia y la oligarquía, en tanto que regímenes degenerados, se salvan el primero por el asentimiento del número de su población y el segundo mediante el buen orden: En general, las democracias encuentran su salvación en lo numeroso de su población. El derecho del número reemplaza entonces al derecho del mérito”.

En pocas palabras, y ya que estas premisas también son aplicables a la ciudadanía, los gobernantes no han sido, no son, y probablemente nunca lleguen a ser los dirigentes que el espíritu griego dictó para nuestra forma de gobierno, al no tener las virtudes que definen a un buen ser humano: mesura y sobriedad sobre el deseo excesivo de los bienes materiales, y la embriaguez por el dinero, es fácil entrever que nuestro modelo de democracia está mal encaminado tanto por ciudadanos como por gobernantes, todos somos susceptibles a la corrupción de nuestra humanidad pero pocos somos capaces de tener la frónesis (prudencia) griega para afrontarla y negarla por un sentimiento mayor y altruista en el que el bienestar debería estar a disposición de todos los que habitamos una nación.