Mientras no me afecte, no es mi problema

  La situación del país está en un punto álgido donde la credibilidad del gobierno anda por los suelos; el alza diaria del dólar amenaza el peso mexicano; se respira hartazgo social por los malos resultados de administraciones y políticos; y apenas se descubre un caso nuevo de corrupción y mañana hay otro. La cruenta […]

 

La situación del país está en un punto álgido donde la credibilidad del gobierno anda por los suelos; el alza diaria del dólar amenaza el peso mexicano; se respira hartazgo social por los malos resultados de administraciones y políticos; y apenas se descubre un caso nuevo de corrupción y mañana hay otro.

La cruenta violencia refleja descomposición social y después del gasolinazo, ciudadanos inconformes han salido a las calles para protestar, pero ¿Por qué esa medida los sacó de sus casas y no la pobreza en la que se encuentran 55 millones de mexicanos? ¿Por qué hasta entonces han alzado la voz y no lo hicieron ante los feminicidios? ¿Por qué el saqueo de locales recibe más atención de los gobiernos que los crímenes de odio contra la comunidad LGBT? ¿Acaso es  más importante el bolsillo que la vida de las personas?

Sí, estamos a favor de las protestas pacíficas ciudadanas; hacerlo puede ser un comienzo para cambiar el statu quo, pero ello nos debe llevar a una reflexión y autocrítica del por qué estamos como estamos. Una democracia no se puede entender sin el respeto a la pluralidad de ideas. No existe sin el reconocimiento a la diversidad. No es posible si no se protegen los derechos humanos.

Y por ello resulta incongruente que mientras en 2015 el apoyo al matrimonio igualitario alcanzaba el 50 por ciento entre la población mexicana, en un estudio publicado esta semana por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la cifra cayó a 25.2 por ciento. ¿Con qué cara despotricamos contra las autoridades cuando todos los días vivimos empecinados en discriminar a los demás por la razón que sea, ya sea su orientación sexual, su identidad de género, su color de piel, su origen étnico, su nivel socioeconómico o su nivel educativo?

Durante la protesta realizada contra el gasolinazo el sábado pasado en Toluca, una de las principales consignas fue. ¡Únanse!, con el objetivo de que otros ciudadanos se sumaran a la manifestación, sin embargo, la solidaridad exigida, pocas veces o nunca es aplicada cuando se celebra la Marcha del Orgullo LGBT cada año o cuando se realizan protestas para exigir los mismos derechos que los heterosexuales.

Estamos acostumbrados a que los temas de la diversidad sexual sólo sean asunto de los gays, las lesbianas, los bisexuales y la comunidad trans. Y no es así. Así como vemos habitual que los únicos que exijan protección a los pueblos indígenas, sean ellos mismos o que las personas con discapacidad sean las que deben pelear por una vida digna. Porque aplicamos la de “mientras no me afecte, no es mi problema”. Cuando el problema es de todas y todos.

Si aspiramos a ser una sociedad más justa, debemos dejar de lado el encono. Las barreas de la exclusión deben ser diluidas. Si exigimos un cambio a las autoridades, pongamos el ejemplo. No bastan las buenas intenciones o el apoyo en redes sociales, se requieren acciones que garanticen a todos los mismos derechos y las mismas obligaciones. No más, no menos. Disentir, sí, pero no tratando de cercenar libertades a los demás, sólo porque son diferentes. Ojala sigamos salgando a las calles, pero que esta vez sea por las vidas de quienes por muchos años han sido oprimidos: indígenas, adultos mayores, gays, lesbianas, trans, mujeres, migrantes, personas con discapacidad. SI no lo hacemos, nada cambia y la desigualdad de las que nos quejamos, permanecerá intacta, matando y oprimiendo todo aquello que no es igual a la mayoría.

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