En todos los sistemas políticos contemporáneos han surgido lo mismo partidos emergentes que liderazgos populares que se montan en la cresta de la inconformidad y ganan elecciones. En ciencia política, el concepto tradicional fue el de “partidos cacha todo”. Lo de hoy es distinto, pero sigue siendo muy útil para explicar por qué el Movimiento de Regeneración Nacional, que se anuncia desde sus inicios como anti sistémico y popular, está hecho a imagen y semejanza de su líder y creador, Andrés Manuel Lopez Obrador. Político heredero del nacionalismo revolucionario, abrevó la extraña mescolanza ideológica que alberga de igual manera tanto a dirigentes acusados de corrupción como a miles de jóvenes que de buena fe buscan impulsar un cambio en nuestro sistema político. Sí, es correcto. Son profundamente “disruptivos”, pero “guadalupanos”.
No es el primer caso similar y puede representar la continuación de un amplio movimiento conservador que se apodera del mundo. El crecimiento del nacionalismo, las protestas al modelo neoliberal y la crítica a la “clase política” gobernante constituyen el caldo de cultivo de este cóctel que se alimenta de un descontento generalizado, producto de largos años de corrupción institucionalizada que colmó la paciencia después de los más recientes casos durante este período de gobierno. Sorprende que hoy muchos escépticos de Andrés Manuel no entiendan el origen del descontento y repitan la perorata de que “es un peligro para México” en vez de preguntarse qué es lo que nos ha traído a este presente. Para el grueso de la población que simpatiza con este movimiento, ha llegado el momento de probar a otro partido luego de los fracasos palpables del “PRIAN”.
Sin embargo, Morena piensa que su triunfo es una especie de Destino Manifiesto, consecuencia natural del anti priismo anidado en amplios contingentes de las últimas tres generaciones que votan en su contra, optando por diversos partidos mientras castigan al partido en el poder. Actualmente, el 70% de los electores vota en contra del partido ganador, sea el que sea. Por eso, el que obtenga el mayor tercio habrá ganado la elección presidencial y buena parte de los cargos en juego.
Para el caso de la coalición Morena-PT-PES en el Estado de México, los datos comparativos son profundamente contradictorios al ánimo de tsunami que priva entre sus simpatizantes, veamos:
Como se aprecia, con un sólo triunfo en 2015 ahora las expectativas son totalmente distintas, producto de los inesperados resultados del 2017. Efectivamente, la expectativa de triunfo es la combinación de muchas condiciones exógenas a la organización del partido y se explican en buena medida por un muy cauteloso y eficiente ejercito de seguidores que domina los ritmos de la comunicación política en las redes sociales; el nuevo oráculo del ciclo noticioso. Por eso, un partido tan débil como lo es Morena, estructuralmente, ha puesto en jaque a los partidos tradicionales que tienen la “agilidad” de un elefante para saltar la cuerda.
Las causas de un eventual triunfo del “catch all party” mexicano están a la vista desde finales del 2014, ahí cuando el gobierno de EPN fue absolutamente ineficaz para resolver las desapariciones de los chicos de Ayotzinapa y también después de la paquidérmica repuesta por los escándalos de la “Casa Blanca”. Para una sociedad acostumbrada a los sacrificios políticos como medio de contención social, era común cambiar a un secretario antes de llegar a la figura presidencial; en este caso, la autoinmolación de Peña ha dejado inmunes a personajes que, como Ruiz Esparza, han dado muestras reiteradas de su ineficacia dañando a su presidente, a su partido y a su país. Las urnas los esperan para cobrárselas.