Hace algunos lustros, cuando la televisión a control remoto se popularizó, inició una dinámica interesante que consistía en habituarnos a cambiar de canal de manera constante. Se le denominó a este comportamiento zapping y era visto como un fenómeno propiciado por la posibilidad de, por ejemplo, omitir los comerciales. Así, mientras estaba viendo un programa X, podía alternar con otro, porque le cambiaba durante el tiempo que pasaban los anuncios.
El zapping fue materia de estudio por distintas disciplinas, porque se le empezó a vincular con la dificultad para alcanzar la concentración o con la indigestión de información. Desde la psicología se habló del déficit de atención; desde la comunicación se identificaron sobreestímulos de información; y, en general, se sugirió que esta era una dinámica nueva que, a la larga, podría convertirse en un hábito y que, derivado de él, algunas consecuencias posiblemente serían observables en las dinámicas cotidianas.
El nuevo Zapping
Con el paso del tiempo, la televisión ha dejado de tener la fuerza que poseía a mediados y finales del siglo pasado, pero la dinámica del zapping no ha desaparecido, al contrario. Está cada vez más visible en la gente. Ya no sólo como un comportamiento restringido a mi interacción con un aparato como la televisión. Creo que está desbordando ese campo y, sumado a otros comportamientos influidos por la tecnología con la que interactuamos todos los días, están influyendo en lo que creemos que somos, cómo vivimos y cómo nos relacionamos.
El artefacto conocido como control remoto, que nos brindaba la posibilidad del zapping al ver televisión, estaba condicionado a estar frente al monitor para cristalizar esta acción. Hoy el artefacto llamado IPhone permite a todo mundo (literalmente, miles de millones de personas de todas las edades y perfiles) llevar a cabo esa acción, de “saltar” de un contenido a otro, permanentemente. Lo podemos ver en cualquier parte: una persona aborda el transporte público y, sobre todo si va sola, se sienta, enciende su celular y empieza a deslizar el dedo sobre la pantalla para ver mensajes, activar música, escribir, ver videos, etc. También, alguien que llega a un restaurante y, mientras espera al mesero o a su acompañante, realiza la misma acción. La actitud se repite entre estudiantes, asistentes a una plaza comercial, personas haciendo fila en cualquier parte, adolescentes en una convivencia familiar, etc.
El artefacto “inteligente”, al que ya no se le puede acotar con el nombre de teléfono, brinda tal cantidad de posibilidades de interacción, que sus usuarios pueden saltar de un contenido a otro en cuestión de segundos. Pueden estar revisando mensajes que les llegaron recientemente y, en instantes, saltar a un video gracioso, luego a una notificación de cierta noticia, a la grabación de un accidente automovilístico, al anuncio de un evento, etc. Es absolutamente anacrónico permanecer en un solo contenido, salvo que se trate de un apasionado de X videojuego, que pueda pasar un buen rato en él (y suele ocurrir con algunos niños y jóvenes), o de alguien que no tiene conexión a Internet.
Te puede interesar: La era de los cyborgs según Elon Musk
Una característica de nuestro tiempo
La esencia de un dispositivo móvil conectado a Internet es, de hecho, no permanecer en un solo contenido. Es por eso que el formato de blog (con textos), o de videos largos (alojados en YouTube) han tenido que cambiar: los videos cortos son el medio preferido hoy para transmitir algo. La generalización de esta actitud de no permanecer en un solo contenido es, probablemente, lo que marcará a esta época. La aceleración de los cambios de parecer en todos los órdenes no puede pasar inadvertida.
Yo no descartaría que buena parte de los comportamientos socioculturales de nuestros días tuvieran que ver con este tipo de actitud generalizada: la fragmentación, la incertidumbre, la intolerancia e incluso la falta de horizonte, tienen que ver con esto. Cuando cotidiana y permanentemente estamos en la dinámica de “no quedarnos”, hay muchas más probabilidades de cambiar de trabajo, de pareja, de domicilio, de creencia. Así como puedo ver fluir un río de videos de TikTok por horas, con las más diversas temáticas, nos parece que podemos conducir la vida y ello impide relaciones duraderas, convicciones firmes, valores irreductibles y horizonte. Es una característica de nuestro tiempo.