Que mi paciente mejore: el deseo de Navidad en los hospitales

Hay varias maneras de pasar la Navidad lejos de la parafernalia comercial y es en la espera de un paciente, cerca y –al mismo tiempo– lejos de la familia.
diciembre 24, 2019

Para la gente que está en los hospitales en Navidad hay un deseo y una esperanza: que su familiar interno esté bien y que les den buena noticias acerca de su salud; para ellos, también hay dos mundos: el de adentro y el de afuera; y aunque siempre es así, en Navidad parece que las sensaciones se polarizan.

Adentro

Dentro del hospital hay algunos adornos navideños, en especial en la oficinas, quizá en trabajo social, tal vez en la recepción o en los elevadores, si se cuenta con ellos.

Los enfermos escuchan los mismos sonidos, el del monitor, el de la alarma, el de los carros que llevan la comida o los medicamentos; el interno enfermo convive con el personal médico y, si tiene suerte y sus condiciones de salud lo permiten, con un familiar.

En el hospital la nochebuena transcurre como un día normal pero con menos médicos, los que se quedan, algunos, ya acostumbrados a pasar días festivos lejos de su familia, habituados a las guardias, a la ausencia de su familia, a las cirugías de emergencia, a los mismos horarios y a los cambios de turno.

Algunos esperan lograr salir antes de Navidad, pero la verdad es que los trámites dentro del hospital el 24 de diciembre son más lentos; las guardias casi nunca toman decisiones importantes.

Si cotidianamente los médicos de guardia, internos y residentes dan informes a propósito del estado de salud a cuentagotas, en los días festivos la situación empeora.

Afuera

Los familiares de los internos en un hospital casi siempre están afuera, si tienen suerte en la sala de espera; dentro del edificio, si es que el personal de seguridad lo permite; resguardados por los muros, si los directivos consideran que hace el frío suficiente como para dejarlos entrar.

Hace frío, en esta época siempre hace frío; en el Centro Médico Issemym, por ejemplo, construyeron un gran cuarto de cristales, como una pecera, los que están adentro deben permanecer ahí toda la noche porque la puerta se cierra; ellos tienen suerte.

En el Hospital del Niño, en el Nicolás San Juan, en el Adolfo López Mateos no importa que no sea Navidad; en el del Niño la gente duerme afuera, han puesto hules, lonas, cobijas, han improvisado camas sobre la banqueta, para los familiares, la buena suerte es que algunas personas –lo cual es muy común en estas fechas– lleven ponche, atole, tamales o un pan.

“El ponche calienta el alma”, dice una mujer que tiene a su madre internada desde hace varias semanas, dice, también, que no tiene hambre pero que el te caliente la hace sentir mejor.

Algunas personas cuentan que vienen de otros estados, de municipios lejanos, tratan de resolver sus necesidades básicas: no hay sanitarios, lamenta una mujer, ir al baño es un problema; los que esperan deben comer, cubrirse, cuidarse.

En el Estado de México, según una estadística de Coespo de 2015, de la población total en nuestra entidad, a 2015, 78.69% se encuentra afiliada a alguna institución o servicio de salud, mientras que 20.63% no se encuentra afiliada; la proporción de mexiquenses afiliados a servicios de salud es de 48.17 a través del Seguro Popular, 37.80 al IMSS; 8.38 al ISSSTE, 1.06 a Pémex, la Defensa o la Marina; 3.48 a una institución privada y 2.88 a otra institución.

En los hospitales no se celebra la Navidad, los que ahí permanecen tienen otras prioridades, saber cómo van a pagar, que cuidados siguen para su paciente, que su enfermo mejore.

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