Sálvese quien lea

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Ulises

Carlos Valenzuela

 

Leer la obra cumbre de James Joyce, quizá la novela más emblemática en lengua inglesa, me resultó semejante (guardando las debidas distancias, literales y figuradas, desde luego) a escalar el Everest: desde la base, no tienes ni la remota idea de cómo acometer semejante empresa. Y, cual alpinista, hubiera sido pertinente prepararme con anticipación, documentándome sobre Dublín, releer la “Odisea”, instruirme con diversos estudios y análisis sobre la obra… porque, desde el inicio, no sabía si regresar para comprender lo que acaba de ojear, si brincar hasta el fin del capítulo o, de plano, darme por vencido y descender a una ladera más cómoda (de hecho, más como reto que como deleite, concluí la lectura).

Para los que no ubican la “trama” del “Ulises”, es bastante simple: hacemos un recorrido por la dublinesa ciudad de la mano del publicista judío Leopold Bloom, a lo largo del 16 de junio de 1904 (sí, las más de setecientas páginas engloban un solo día), tratando con diversos personajes, principalmente con su mujer, Molly, y su amigo Stephen Dedalus, un joven escritor.
Una novela cuya estructura, plagada de múltiples técnicas de escritura, cambios de narrador, neologismos, géneros literarios y un vasto etcétera, nos parecería inconexa, incluso caótica.

Siguiendo al crítico William York Tindall, si una sola lectura no basta para comprender y aprehender a Thomas Mann, Marcel Proust o William Faulker, aun “muchas” lecturas serían insuficientes para profundizar en el “Ulises”; baste aquí decir que, si me llevó más de una década decidirme por fin a “leer” esta novela, necesitaré otra década más para intentar una segunda lectura. Aunque, eso sí, en esta ocasión iré más preparado que Apa Sherpa.