Sin inodoro pero con celular

Las prácticas sociales de nuestra era están condicionadas por la tecnología digital. Es un hecho incontrovertible y así lo demuestran las cifras: en el año 2000, sólo 12% de la población global contaba con el servicio de telefonía celular. En 2015, la tasa llegó a 96%; y hoy son más las personas que utilizan un […]

Las prácticas sociales de nuestra era están condicionadas por la tecnología digital. Es un hecho incontrovertible y así lo demuestran las cifras: en el año 2000, sólo 12% de la población global contaba con el servicio de telefonía celular. En 2015, la tasa llegó a 96%; y hoy son más las personas que utilizan un teléfono móvil que las que cuentan con un inodoro. Así fue dado a conocer estos días por parte del Banco Mundial (BM), a partir de sus indicadores de desarrollo a nivel planetario

En la historia de la humanidad ningún otro artefacto de comunicación se había diseminado con tanta rapidez; pero, además, el teléfono celular (y sobre todo el llamado smartphone) no es solamente un objeto tecnológico, sino un agente cultural que determina formas sociales de relación. Así que su insólita expansión por el planeta ha inducido en muy pocos años efectos múltiples en las relaciones humanas.

De acuerdo con las cifras del BM, el porcentaje de la población planetaria suscrita a un servicio de telefonía móvil ha superado 97%, aunque hay países que tienen más teléfonos que habitantes, entre ellos destacan naciones pequeñas como El Salvador, Costa Rica, Bermuda y Barbados, Andorra y otros. Los países con menor número de usuarios de este tipo de tecnología se encuentran en África y Asia. En el caso de México la cifra que da el BM al 2015 es de 93 teléfonos por cada 100 habitantes. Sin embargo, al inicio de este año la firma de consultoría The Competitive Intelligence Unit reportó que en nuestro país había más de 121 millones de líneas telefónicas móviles operando. Eso nos llevaría a igual número de aparatos de telefonía celular que habitantes.

Nuevas conductas, nuevas formas de percibir y de sentir son posibles con la omnipresencia de los teléfonos celulares. Al margen de identificarlos como buenos o malos, algunos de los efectos que tiene este tipo de tecnología en la vida de las personas son: Primero, la concentración en un sólo aparato de múltiples funciones (porque es un reloj, un teléfono, una cámara, una agenda, un dispositivo para transacciones bancarias, un espejo, un despertador, una radio, una lámpara, un reproductor de música y video, etc.); segundo, una creciente “coacción de la comunicación”, es decir, quien posee un smartphone paulatinamente se verá obligado a interactuar todo el tiempo con él para ver actualizaciones de sus redes sociales, recibir llamadas, escuchar música, saber la hora, recibir mensajes, consultar, informarse, comprar, etc. El usuario se termina autoimponiendo ritmos, rutinas, itinerarios en función de los múltiples usos de su dispositivo.

Un tercer efecto es la disolución de los límites espacio-temporales entre trabajo/descanso/juego/ocio. Porque la gente lleva a todas partes, casi como una prótesis, el teléfono móvil; y de ese modo porta consigo parte del trabajo, parte del juego, parte del ocio e independientemente de en qué lugar esté es compelido a hacer un poco de cada cosa al mismo tiempo. Básicamente todo el tiempo está expuesto a un fluir interminable de información, pero que es un coctel de memes, fakenews, notas periodísticas, ofertas comerciales, notificaciones personales, avisos, peticiones laborales, y un interminable etcétera que llega a intoxicar, obnubilar y hasta inmovilizar a la persona (en el sentido de no pasar a la acción, sobre todo pública, tras informarse).

Pero si esta coacción de la comunicación a la que es sometido el usuario de un celular suena abrumadora, todavía hay que sumarle el papel de productor de información que asume: publicar se vuelve en una especie de mantra; dónde estoy, con quién, qué hago, qué como, qué escucho, qué estoy viendo, a quién me encontré, de qué me enteré, todo ello debo publicarlo y si es en tiempo real mejor. Y esta acción de, por ejemplo, capturar todo con la cámara del celular tiene el efecto de mediatizar la realidad: no es la banda de rock que estoy escuchando, es el video que realizo de ella; no es mi familia con la que interactúo, sino la fotografía que tomo del encuentro; no es el suceso que presencio, sino la imagen de él que busco capturar. Y si la imagen no me gusta del todo, le puedo aplicar un filtro o manipularla para que sea “perfecta” (aunque la realidad no lo sea).

La nuestra es una sociedad en la que, como dijimos al principio, se ha expandido más el uso del celular que la disposición de servicios sanitarios básicos. Es un signo de nuestro tiempo y es, sobre todo, la condición en la que estamos viviendo, haciendo sociedad e interpretándola.