Nueva norma contra el estrés laboral  

Hace unos días, perdida en las páginas interiores de los diarios y realmente sin muchas visitas en los portales informativos, se difundió la noticia de que entraba en vigor para todo el territorio mexicano la NOM-035-STPS-2018, misma que está encaminada a asegurarse de que los centros de trabajo generen ambientes laborales saludables y eviten el […]

Hace unos días, perdida en las páginas interiores de los diarios y realmente sin muchas visitas en los portales informativos, se difundió la noticia de que entraba en vigor para todo el territorio mexicano la NOM-035-STPS-2018, misma que está encaminada a asegurarse de que los centros de trabajo generen ambientes laborales saludables y eviten el estrés en sus colaboradores. Específicamente, esta nueva disposición legal busca “establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo”.

En pocas palabras, estamos hablando de una disposición oficial a la que tienen que ajustarse empresas e instituciones empleadoras, para impedir que sus trabajadores desarrollen padecimientos psicosociales derivados de sus labores cotidianas dentro del centro de trabajo. Y es que, de acuerdo con estudios elaborados por entidades como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), hasta 43% de los trabajadores en México padece el “síndrome de desgaste profesional”, que es causado por el estrés laboral y que genera agotamiento físico, mental, sentimientos negativos hacia el trabajo y baja de productividad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya considera a dicho síndrome (en inglés conocido como occupational burnout) en la Clasificación Internacional de Enfermedades, ICD-11. Sin embargo, sociólogos, antropólogos y filósofos la identifican como parte de las “enfermedades del capitalismo neoliberal”. Se trata de la expresión visible de los mecanismos bajo los cuales opera actualmente el sistema de producción a nivel global y en medio de los cuales el ser humano es conducido a un situación de autoexplotación, bajo la cual el imperativo es el rendimiento. Esforzarse, superarse, tener éxito se han convertido en los mandamientos del mundo contemporáneo, propiciando con demasiada frecuencia depresión y una permanente sensación al fracaso. ¿Por qué?

De unas décadas a la fecha, sobre todo estudios sociólogicos, han dado cuenta de que las empresas están aumentando la extracción de plusvalía de la clase trabajadora, incrementando los niveles de explotación de la fuerza de trabajo, pues en todo el mundo están presentándose una tendencia a diluir los sindicatos, optar por la contratación outsourcing, aumentar la jornada laboral, proveer salarios raquíticos, desaparecer el derecho a la jubilación y cambiarlo por una fondo de ahorro para el retiro y, en general, hay una precarización del trabajo para aumentar la plusvalía.

Con esta serie de factores, los estudios en materia de salud laboral han documentado un incremento en enfermedades vinculadas al empleo, que es precisamente lo que busca remediar la norma que acaba de entrar en vigor, obligando a las empresas (independientemente de su tamaño) a generar ambientes laborales que disminuyan estos impactos. Pero creo que estas medidas están omitiendo que, en buena medida, la sensación de fracaso y depresión que deviene estrés laboral tienen su origen en un yo interno que asume el rendimiento como la meta. En efecto, en todas aquellas personas en las que ha permeado a niveles internos muy profundos el discurso del mérito y la meritocracia, del emprendimiento y de la competencia abierta y salvaje, la sensación de malestar viene de adentro.

Con un poco de atención que se ponga podemos darnos cuenta de que en los medios de comunicación, en la escuela, en el trabajo o en la familia la mayoría de los individuos recibe una gran presión para ser exitoso, para ganar más, para comprar más, para ser más que los otros. Pero ese conjunto de ideas que rigen el actuar no encuentran condiciones materiales para cristalizarse en un mundo laboral absolutamente precarizado, con todas las desventajas para el trabajador.

En consecuencia, el síndrome de desgaste profesional y el conjunto de padecimientos (sobre todo neuronales) que se extienden como plaga no son sino manifestaciones psicosomáticas que experimenta alguien a quien le dijeron que podía ser todo lo que quisiera, que estudiara, que se preparara, que trabajara duro y que el éxito económico llegaría. Pero resulta que no llega, que por más que busca, por más que invierte tiempo, que por más que se prepara no está pudiendo comprar lo que quería y se siente frustrado, deprimido, lo cual se refleja en su rendimiento laboral, en sus relaciones familiares y su comportamiento social.

Hay en nuestro país gente que para llegar a su centro laboral tiene que desplazarse dos o tres horas diarias (sume usted ida y regreso), al llegar allá tiene que cubrir cuotas de trabajo extenuantes para conseguir bonos o estímulos económicos (porque el salario base es miserable), tiene que competir por ganar esos bonos con sus compañeros, lo hacen todos ellos sin seguridad social, con contratos de 90 días, sin un sindicato que defienda sus intereses, sin que le espere al final del camino una pensión; y todo ello lo hace la gente bajo la presión social de que tiene que ser exitoso, comprar todo cuanto se pueda para mostrarlo. ¿Podrá? Seguramente no y se sentirá frustado, deprimido y hasta con sentimientos suicidas. Esta es la sociedad en la que estamos y en la que el estrés laboral está cundiendo como epidemia.