Tlanixco, crónica de una declaración de inocencia a destiempo

Tlanixco, México; 6 de mayo e 2019. Entramos al pueblo de Tlanixco para hablar con ellos: los seis pobladores, encarcelados hace 13 y 16 años, quienes salieron de prisión hace unas semanas; Marco Antonio Pérez González, Lorenzo Sánchez Berriozábal y Dominga Pérez González, el 17 de febrero; Rómulo Arias Mireles, Teófilo Pérez González, Pedro Sánchez Berriozabal, […]

Tlanixco, México; 6 de mayo e 2019. Entramos al pueblo de Tlanixco para hablar con ellos: los seis pobladores, encarcelados hace 13 y 16 años, quienes salieron de prisión hace unas semanas; Marco Antonio Pérez González, Lorenzo Sánchez Berriozábal y Dominga Pérez González, el 17 de febrero; Rómulo Arias Mireles, Teófilo Pérez González, Pedro Sánchez Berriozabal, el 5 de abril de 2019. 

En el camino hacia la delegación, el auto rotulado de Alfa Diario provoca miradas; como en toda buena comunidad los habitantes nos miran pasar, ya saben a quién buscamos, ya están acostumbrados a recibir la visita de la prensa, de asociaciones, de personas de organizaciones no gubernamentales, de gente ajena -pero cercana- a Tlanixco. 

Teófilo y Rómulo nos reciben frente a la delegación, cerca de la casa de Pedro y Maricela Molina, nos saludan con un abrazo que se siente fuerte, honesto. 

Vamos a casa de Dominga, a casa de su hermano, nos aclarará más tarde, porque ella no tiene casa: al entrar a prisión vivía con sus padres y ahora que ha salido vive con su hermano; hasta ese lugar llegan Marco Antonio y Pedro. Todos son amables, nos convidan de su comida, de su café, de su pan. 

Empezamos a conversar y observamos cómo la felicidad del recibimiento se ensombrece con tristes y malos recuerdos; a todos les pesa el tiempo lejos de su gente, todos reconocen el apoyo de sus familias. Lo que ellos tuvieron que vivir afuera también fue difícil, así se percibe en el ánimo, las acompañantes de los ex presos se ven felices pero cansadas.

Nos enteramos entonces de lo vencidos que estuvieron, de los ánimos que les daban las visitas, de lo que sintieron cuando les dictaron 50 años de prisión por un asesinato que no cometieron; también pasaron por cambios de abogados y desesperanzas. 

El tiempo dentro de prisión fue difícil, consideran, nos hablan de la manera en que empezaron a trabajar para poder aportar en la medida de lo posible al gasto familiar, de cómo sabían que afuera había problemas pero no se los decían. 

Los arrestaron en momentos distintos, sin órdenes de aprehensión, alguno pensó incluso que se trataba de un asalto, otro fue por su propio pie a la delegación para ver lo que pasaba y lo detuvieron; dos más acusados del mismo asesinato están prófugos, los recién liberados no saben dónde.

Las mujeres de los expresos intervienen, corrigen y aportan en la entrevista, ellas y otros familiares estuvieron siempre atentos, participando, aprendiendo, conscientes de quién los apoyó y quién no, aún se quejan de que los representantes de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México posaran para la foto el día de la primera liberación.

Dominga carga a su nieta y se mueve para atender a los que estamos dentro de su cocina, es una mujer pequeña, menuda… tiene una mirada realmente profunda. 

La participación en el Comité del agua les valió la detención a los cinco varones; no querían que se utilizara para fines comerciales, defendían su uso doméstico para los pobladores de Tlanixco, no obstante los intereses eran muchos, por eso los acusaron de homicidio.  

También coinciden en que están reconociendo a la gente de Tlanixco, a los que dejaron de ver cuando eran niños; lo corroboramos cuando salimos y observamos que se detienen en la calle a saludar a tantas personas “pues allá, guardado”, responde Rómulo cuando le preguntan cómo ha estado. Se miran contentos. 

El operativo de detención de otros fue enorme, dicen, querían impresionar a los pobladores y lo lograron; fueron acusados de asesinar a Isaak Basso, ellos saben que el empresario floricultor de Villa Guerrero murió cuando cayó a la barranca por accidente.  

No nos cuesta trabajo convencerlos de ir al río, tardan segundos en decidir que lo mejor es ir caminando; lo hacemos juntos. Tlanixco es como todos los pueblos, tiene perros flacos, casas de tabicón, de aplanados sin pintar, hay adornos de fiestas recientes, al acercarnos al río el camino es polvoriento, un polvo fino que se mete en la nariz, muy dentro, nos hace respirar una parte del pueblo.

Siguen contando parte de la historia que vivieron dentro de prisión, de lo que hacían, Dominga parece haberlo padecido mucho, la única mujer de los seis detenidos, la más grande, la arrestaron recién operada, dice que la encarcelaron por haber prestado su título de ejidataria. 

Cada uno de los otros tiene distintas historias, todos lamentan alguna muerte sucedida mientras estaban recluidos en la prisión de Santiaguito, en Almoloya de Juárez.

Cuando estaban en prisión, asociaciones civiles, organismos no gubernamentales, estudiantes, artistas, personas se solidarizaron con ellos, impulsaron campañas; la Comisión Interamericana de Derechos Humanos analizó el caso y se mostró preocupada por la criminalización de que fueron objeto.

En el camino hacia el río nos dicen que ya casi no hay agua dicen, antes había mucha, en el pueblo hay carencia, tienen agua un día o dos; sí, el arroyo es tan pequeño que se puede brincar de un lado a otro. 

Mientras entrevistamos a los que faltan los demás lanzan piedras al río y al cerro, ríen, como dueños de una inocencia recién adquirida, juegan con la niña que acompaña a Dominga -su nieta- como si ese sitio los volviera niños y los hiciera olvidar el tiempo perdido en prisión, lo que vieron, los quince reclusos que hacen convivir en una celda, la gente mala que -nos dijeron- vive ahí. 

Recién liberados se reunieron con la alta comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH), Michelle Bachelet, quien dejó México consternada por la dimensión de la crisis en materia de garantías fundamentales y las violaciones a derechos humanos que suceden en el país, también por las cifras de muertes violentas registradas desde 2006:  252 mil 538. 

La primera fecha pactada para esta entrevista tuvo que modificarse porque fueron los encargados de entregar el premio de Derechos Humanos Sergio Méndez Arceo, que ellos recibieron en marzo de 2018. Es evidente que su vida y la de sus familias ha cambiado sustancialmente.

De vuelta al pueblo nos dicen que ya no se hizo nada por el agua, se ocuparon en sacar a sus familiares de prisión, algo que al final lograron con la ayuda de Antonio Lara Duque, su abogado defensor durante los últimos seis años, coordinador también del Centro de Derechos Humanos Zeferino Ladrillero, a quienes agradecen.

Ellos fueron declarados inocentes, actualmente, están valorando solicitar reparación del daño, aunque al final no pueden recuperar el tiempo perdido, tienen que reacomodarse, readaptarse y seguir viviendo como parte de una comunidad que, indudablemente, hoy mira las cosas de manera distinta.