Estamos entrando al último tramo del 2022. En pocos meses estaremos en medio de campañas políticas para renovar el gobierno del Estado de México (y también el de Coahuila). Una vez concluido ese proceso, estaremos iniciando el que desembocará en la renovación de la Presidencia de la República y varias entidades más en el año 2024. Debemos advertir, pues, que se han puesto en marcha las maquinarias para construir las narrativas que enmarcarán esos procesos electorales.
En los tiempos que corren, la lucha por el control de los aparatos de gobierno se da en la opinión pública. Más allá de los programas de gobierno, las posturas ideológicas y las doctrinas partidistas, lo que hoy importa a la hora de hacerse con el control del gobierno es lo que la gente tenga en mente a la hora de ser convocada para acudir a las urnas. En consecuencia, son necesarias las narrativas para conducir dichos procesos por cierta ruta.
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En la sociedad moderna las narrativas comenzaron a construirse en la prensa escrita. Cuando solo existían los periódicos fue en ellos (y en su contraparte, los panfletos, libelos y carteles opositores) donde se construían las narrativas con prosa y gráficas emotivas. Luego vinieron la radio y la televisión y, entonces, las narrativas se empezaron a construir con palabras y escenas perfectamente cuidadas para impactar en el ánimo de la gente. Se trata, básicamente, de armar entramados de representaciones sociales para entender “lo que está en juego”. Los partidos políticos y sus aliados siempre buscan la manera de transmitir por esas vías (y otras alternativas como las versiones “de boca en boca”) las líneas argumentales sobre las que corren los procesos sucesorios.
Estos ya son fenómenos típicos en la mayoría de países del mundo. En todos aquellos en los que se han instituido los procesos de renovación de poderes vía los comicios, la lucha por la opinión pública es el centro de cada elección. Quizá hubo un tiempo en el que tenían un poco más de peso las propuestas políticas –es decir, las posturas respecto a lo público, a los temas de interés común–, pero cada vez, en mayor medida, son las percepciones y las emociones las que se buscan interpelar. En ese sentido, es muy importante tomar nota de lo que se impulsa como horizonte significativo desde las distintas posiciones.
Es absolutamente claro que para quienes están en el gobierno la narrativa debe construirse exaltando los logros y minimizando los fracasos. A la inversa, desde la oposición las narrativas se construyen enfocando las fallas y ocultando los logros. Sabemos que nada en la vida es en blanco y negro, que la escala de grises es muy amplia, pero cuando se trata de tomar decisiones, lo que vale es cómo sintetizamos las cosas, cómo las ponemos en forma de dilema.

¿Cuál será la narrativa en las próximas elecciones?
Desde ya, se advierten dos narrativas entre las grupos políticos que se estarán disputando los cargos ya referidos. Por un lado, está la narrativa impulsada desde la Presidencia de la República, su partido y aliados, que consiste –básicamente– en recordar lo corruptos que históricamente han sido los que detentaron el poder durante las últimas décadas. Material para evidenciarlo existe de sobra, porque para todos queda absolutamente claro que la corrupción, el enriquecimiento ilícito, el tráfico de influencias y hasta el robo abierto y llano han sido una constante en todos los niveles de gobierno. Los cimientos para construir esta narrativa son que el dinero hoy está alcanzando para mucho más (obras, programas sociales, etc.), porque antes se lo robaban. Se necesita, pues, la visibilidad de los “logros” y de la corrupción del antiguo régimen.
En la parte de enfrente, desde los partidos que hoy son oposición, la narrativa que parece quererse construir es la del desgobierno, la de un país en llamas, con violencia creciente, con grupos criminales actuando a sus anchas, con falta de acciones y estrategias sólidas para resolver problemas. Se advierte una premisa de fondo: no saben gobernar, son rebasados por los problemas, no tienen soluciones para lo que padecemos (que no son problemas de ahora, por cierto, sino procesos de largo aliento).
Todos los grupos con algún tipo de interés en la sucesión de gobernantes estarán abonando a la construcción de estas narrativas. Por ejemplo, la propaganda de la delincuencia organizada que se armó la semana pasada (con el incendio de autos y negocios, los tiroteos a diestra y siniestra) suma a la narrativa del gobierno rebasado e inoperante. El alto impacto de esas campañas tiene que ver con las redes sociales digitales, que tienen una dinámica e impacto que no poseían las anteriores plataformas en las que se construían las narrativas (llámense prensa escrita, radio o tv).
Hoy es muy claro que, si busco evidenciar algo o alguien, basta con sacar el teléfono celular, grabar o transmitir en vivo en las redes sociales y el impacto en la percepción puede ser casi inmediato. La viralidad es sorprendente y, además, hay modo de impulsarla artificialmente, a través de bots y cadenas que imperativamente señalan: “comparte”, “compártelo si quieres…”, “pégalo en tu muro para…”.
El desenlace de una narrativa con fines proselitistas tiene que ver con la legitimidad de quien termina alzándose con el triunfo. Sabemos que se gana o se pierde por un voto, que los operadores políticos hacen su trabajo para garantizar sufragios y que las instituciones electorales los cuentan y dicen quién ganó; pero el que gana forma parte de una narrativa. Entonces, supongamos que en la elección del próximo año gana la candidata de Morena con un estrecho margen y elevado abstencionismo: habrá una parte muy considerable de la población que piense que ha ganado alguien que no sabe gobernar, que solo improvisará y actuará con base en ocurrencias. Algo similar ocurrirá si quien gana es el candidato de alguno de los partidos de la coalición Va por México: millones de personas pensarán que ganó la corrupción, que se robaron la elección.
De ese tamaño es la importancia de las narrativas y su capacidad de impactar en las percepciones de la gente. Con base en esas narrativas, el ciudadano observará no solo las campañas, los comicios y el resultado, sino el actuar del gobernante que se haga con el triunfo en las urnas. La representación social que la gente se haga de su persona, su actuar y su gobierno estará influido por la narrativa que compró, que creyó o que incluso ayudó a construir. Así es precisamente como se construyen las profecías auto cumplidas.