¿Es correcto pedir salvemos el ambiente?

  Cuando hace un mes se hizo público el Programa de Manejo del Nevado de Toluca por parte de la Semarnat, en el que se señala que en 17 mil 785 hectáreas queda ahora permitido el “aprovechamiento forestal maderable”, se levantaron muchas voces para condenar el asunto. Grupos ambientalistas, líderes de opinión, medios de comunicación […]

 

Cuando hace un mes se hizo público el Programa de Manejo del Nevado de Toluca por parte de la Semarnat, en el que se señala que en 17 mil 785 hectáreas queda ahora permitido el “aprovechamiento forestal maderable”, se levantaron muchas voces para condenar el asunto. Grupos ambientalistas, líderes de opinión, medios de comunicación y algunos personajes políticos coincidieron en una acusación: se está autorizando la tala de 17 mil hectáreas de bosque del Nevado de Toluca. En contraparte, las autoridades responsables de inmediato salieron a responder señalando, en términos muy generales, que lo que se estaba autorizando era el “manejo forestal” de esa área.

Quisiera retomar el tema, no sólo porque hasta ahora no queda para nada claro si tendrán lugar o no la tala y la construcción de infraestructura turística en lo que antes era un Parque Nacional (intocable en términos de explotación), sino porque es conveniente ponerlo términos muy objetivos para saber qué decisión conviene más en ese tema.

Los biólogos evolutivos han discutido mucho acerca de lo impertinente que resulta hablar de “el ambiente” como una entidad autónoma. Han llegado a la conclusión de que no existen un “ambiente” en un sentido separado de los seres vivos: más bien ocurre que todo organismo construye su propio ambiente. Esta explicación vuelve inapropiada la consigna de “salvemos al ambiente”, porque en estricto sentido no habría un ambiente que salvar. Lo que sí existen son condiciones materiales en las que se desarrolla la vida: hay un entorno natural en donde los seres vivos -desde una célula hasta una ballena- determinan qué elementos van a constituir su ambiente y qué relaciones entre esos elementos externos a su ser le resultan relevantes para su vivir.

Para el caso de los seres humanos, este principio evolutivo se traduce en que vivimos en el mundo que hemos construido. Nuestra existencia inevitablemente altera ese mundo material de donde elegimos elementos para conformar nuestro ambiente, y eso se convierte en un proceso en permanente cambio. Pero ocurre que, en sentido estricto, todos los organismos alteran no sólo su propio ambiente sino también los de otras especies, a veces a grados tales que pueden permitir o impedir la supervivencia de esas otras formas de vida.

El ser humano no es la única especie que utiliza la energía acumulada por otros seres vivos para servirse de ella, eso es más bien una práctica común, y las cadenas alimenticias son evidencia de ello. Lo que sí es verdad es que la capacidad predadora de la especie humana ha puesto en riesgo la mayoría de las especies actuales del planea (que, dicho sea de paso, con o sin seres humanos se extinguirían o evolucionaría, como ha ocurrido durante millones de años con 99.9% de todas las especies que alguna vez existieron).

El “manejo forestal” o “aprovechamiento forestal maderable” del que se habla en el caso del Nevado de Toluca es un término técnico/eufemístico que se refiere al uso de la acumulación temporal de energía de otra especie que los seres humanos hacen en beneficio propio. Cortar árboles para utilizarlos de las múltiples maneras en que se puede hacer es sólo un mecanismo más de los muchos que ha desarrollado la especie humana para apropiarse del “trabajo” de otras especies. Otras formas son la agricultura, la ganadería, la pesca y muchas más actividades extractivas.

A lo anteriormente dicho sólo falta agregar un principio demostrado biológicamente: que no hay evidencia para sostener que todos los seres vivos del planeta convivan armónicamente entre sí, o que cada uno de ellos estén perfectamente adaptados a su entorno. Esto se debe a dos razones: las condiciones materiales que favorecen la aparición de una especie son radicalmente transformadas precisamente por la presencia de ésta misma; y no es posible impedir que el entorno a partir del cual se construye el ambiente cambie y que las especies se extingan.

¿Se debe o no permitir el manejo forestal? ¿Es posible que sigamos nuestra vida sin tocar esos miles de árboles? ¿Nos resulta indispensable “aprovecharlos”? ¿La mano humana debe hacerse presente para re-dirigir la forma en que ese lugar está cambiando por sí mismo (dice el Programa de Manejo que es necesario “restaurar el bosque”)? ¿Al “aprovechar” esos recursos estamos acelerando procesos de cambio o dirigiéndolo en un sentido que no van ahora?

Como en el planeta tierra no es posible mantener las cosas inamovibles o intocadas, lo que sí debe tenerse en cuenta es que las condiciones físicas que hoy estamos construyendo como especie para que constituyan nuestro ambiente son las que se heredarán a las generaciones por venir y con las cuales contarán para construir el propio. Es claro que hemos entablado una relación muy particular con los árboles y éstos nos sirven para combustible, para construir viviendas, para ornato y muchísimas cosas más. Pero debe quedar claro que esos árboles también constituyen el ambiente de otras especies y su presencia es indispensable para muchas expresiones de la vida. Si nosotros lo vamos a “manejar” debe ser a una velocidad y con rumbo adecuados para la vida (en sentido amplio) no sólo para que alguien haga negocio.