La ciencia siempre se abre camino.
Los grandes trabajos científicos en la historia no se han dado necesariamente bajo los auspicios institucionales. Las revoluciones científicas más bien emergen a contracorriente. No obstante ello, la actividad institucionalizada permite la regularidad y, en ese sentido, direccionar cursos de acción para generar conocimiento (y aplicación para el mismo) en correspondencia con políticas de Estado.
En nuestro país la actividad científica no tiene raíces profundas. En el último medio siglo ha sido encargada a un Consejo, es decir a un grupo de personas a las que se les pide deliberar sobre el apoyo a proyectos de investigación, a programas de estudios de posgrado y a los futuros investigadores, vía becas. Ese Consejo se llamaba, hasta hace un par de semanas, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, conocido por sus siglas como Conacyt. Surgió en 1970 y operó durante poco más de 50 años.
Los resultados del Conacyt en perspectiva
Sus resultados pueden ser valorados desde diferentes ángulos. Los que hemos recibido una beca o un estímulo como estudiantes o investigadores, respectivamente, podemos tener una buena opinión. Los que solicitaron apoyo y no lo obtuvieron, podrían tener una opinión no tan favorable. Lo mismo puede decirse a nivel de universidades o centros de investigación, que pueden hacer una evaluación con base en su experiencia frente al Conacyt.
Pero también hay otra forma de evaluarlo, en función de los avances científicos y tecnológicos que pudieran haberse obtenido por una política de Estado en materia de ciencia. En ese sentido creo que los resultados son magros. Es difícil nombrar un descubrimiento, una patente, un desarrollo tecnológico trascendente a nivel global por el que México haya sido reconocido en el mundo.
Hemos tenido, en cambio, científicos destacados que más bien desarrollaron su trabajo en el extranjero. El ejemplo más claro es nuestro premio nobel de Química, Mario Molina, quien desarrolló su trabajo con pares de otras naciones. De hecho, Molina se integró como asesor de ciencia en el gobierno estadounidense. No puede decirse que su trabajo haya sido producto de una política pública en materia de ciencia, impulsada desde el Conacyt. Más bien, luego de alcanzar reconocimiento internacional, buscó impulsar trabajos de investigación a través de convenidos con el Conacyt. Esto se debe a una característica principal que adquirió el Conacyt: se convirtió en fuente de financiamiento a la que se podía acceder con buenas relaciones políticas.
AMLO y el Conacyt
El actual gobierno tuvo una relación poco tersa con el Conacyt. Desde el inicio del sexenio se han señalado los manejos poco claros del dinero supuestamente destinado a impulsar la actividad científica en México. Se han señalado de manera insistente los grandes sueldos para una élite que administra la ciencia, los convenios y apoyos poco claros para ciertas empresas y, en general, se le ha acusado de marchar en un carril distinto al interés nacional.
Derivado de este desencuentro de más de cuatro años, finalmente se presentó al Congreso de la Unión una iniciativa para dar vida a la Ley General en materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (LGHCTI), misma que fue elaborada en el seno del propio Conacyt y que aprobó la mayoría de Morena, tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores. Esa ley da vida a una nueva versión del Conacyt, que ahora cambiará su nombre, estructura y funcionamiento. Se llamará Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías.
Objetivo de la LGHCTI
Su encomienda -ha dicho su propia directora- es consolidar y reivindicar el carácter humanista y dialógico de la política científica y tecnológica del país, mediante propuestas que fortalezcan a las comunidades, al desarrollo de capacidades y a la soberanía nacional. Ello pretende contrastar con las prácticas habituales del Conacyt que se orientaban más bien a la cooperación con la iniciativa privada, la industria y que buscaban patentes como principal logro.
Ya sabemos que todo lo que ha hecho y propuesto la llamada 4T provoca como respuesta de los partidos opositores una descalificación. Igualmente en el caso de esta Ley recién aprobada, algunos grupos de investigadores agrupados en institutos y universidades han alzado la voz, sobre todo para reclamar que no se les tomó parecer en la redacción de la iniciativa. Se anunciaron incluso algunos paros y movilizaciones que, hasta el momento, no han sido ni generalizados ni coordinados. Se han limitado, más bien a hacer ruido en las redes sociales.
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En resumen
La nueva Ley, la nueva integración del Conahcyt y su operación se presentan como el intento por impulsar un enfoque humanístico que guíe el avance científico y el desarrollo tecnológico a favor del bienestar social y el cuidado ambiental. No se puede esperar, sin embargo, que esto represente un cambio inmediato en las prácticas de la comunidad científica nacional. Han sido décadas de producción de un tejido de intereses, grupos y dinámicas que es imposible cambiar de un día para el otro. La actual titular del Conhacyt ha buscado por distintos medios cortar los circuitos en los que operan esos grupos que hicieron del Conacyt lo que fue. Ha tenido el respaldo de la Presidencia de la República para desmontar la estructuración de facto que operaba el Conacyt y disponia de sus recursos.
En este contexto, varios de los procesos han sido retirados del control de instancias que mediaban y administraban el flujo de recursos. Por ejemplo, en el caso de las becas para estudiantes de posgrado, son estos los que las solicitan y, a través de un trámite menos engorroso, las obtienen. Ello deja sin efecto la intermediación de terceros. También han venido creciendo el número de integrantes del Sistema Nacional de Investigadores, priorizando el ingreso de los profesores de las Universidades Públicas, en detrimento de los adscritos a instituciones privadas. A todos ellos, además, se les ha pedido que vinculen su trabajo con la sociedad, que lo que hacen tenga un impacto en la población.
Falta claridad
Donde todavía no hay tanta claridad es en la convocatoria a nuevos proyectos de investigación. Eso habrá que esperar a ver cómo se materializa, pero de un tiempo a la fecha está claro que el horizonte ya no es tan abierto para los proyectos sin impacto social o que no tengan manera de justificar su utilidad práctica, sobre todo para grupos especiales de la población, como las comunidades rurales, los pueblos originarios o los grupos vulnerables.
Reorganización que no a todos gusta
Se trata, din duda, de una reorganización en la que algunos personajes y grupos se verán desplazados y por ello están molestos. Las instituciones no son una sustancia sino construcciones que se encarna a partir de las relaciones que tejen sus participantes. Por ello puede decirse que el nuevo Conahcyt tiene todo por re-hacer y, como dijimos al principio, la ciencia siempre se abre camino. Así que quienes se dedican a la investigación, a generar conocimiento científico y humanístico de manera genuina, no dejarán de hacerlo. Quizá quienes simulaban hacer ciencia y aprovechaban el flujo de recursos tendrán que buscar otra actividad.
Como siempre ocurre, las cosas tendrán que re-organizarse bajo el nuevo marco normativo y las características del naciente Conahcyt. Sólo el tiempo dirá si el curso de acción que tomen se corresponda con el espíritu humanístico que se le busca impregnar a la ciencia que se hace en el país, o si las inercias y mentalidades formadas por décadas de operación del Conacyt terminen por dejar las cosas más o menos como están ahora.