La Taberna del León Rojo

La feria de la demagogia política concluyó y, con ella se advierte que el dinosaurio no ha muerto, que los hombres en el poder no tienen freno, no tienen pudor y es cada vez más evidente su necesidad de sangrar a la gente. Pero, más allá de lo que digan las cifras de organismos cuestionados […]

La feria de la demagogia política concluyó y, con ella se advierte que el dinosaurio no ha muerto, que los hombres en el poder no tienen freno, no tienen pudor y es cada vez más evidente su necesidad de sangrar a la gente.

Pero, más allá de lo que digan las cifras de organismos cuestionados y endebles, queda claro que la implacable realidad del Estado de México hará que, quien llegue a gobernar, se estrelle con esa realidad que, a fuerza de plumazos genuflexos, han tratado de esconder.

Para nadie es un secreto que los índices de pobreza, desempleo, endeudamiento, delincuencia e inseguridad, han crecido en los últimos años – quizá en los últimos 80 años – y que son una herencia nada apetecible para quien llegue a ocupar la silla de Lerdo.

Este es el escenario que se tiene, con pobreza, miedo, corrupción, narcotráfico y  feminicidios. Es la realidad que nos envuelve y será el premio para quien llegue a ganar los comicios.

Las autoridades electorales manejan las cifras en forma simple, pero los operadores políticos las manipulan en forma burda, a ojos vista, sin que esas autoridades hagan nada por frenar lo que es inocultable.

Seguramente habrá conflictos como actitudes triunfalistas hubo al cierre de las casillas y, con seguridad, el que llegue no podrá remediar nada, por muy buenas intenciones tenga.

El reto del próximo gobierno es mayúsculo, y queda claro al ver las cifras: más de la mitad de los mexiquenses vive en pobreza y casi 60% carece de seguridad social; la deuda pública rebasa el 40% de las participaciones federales; los actos de corrupción de los servidores públicos son los más numerosos del país; es uno de los estados con mayor incidencia delictiva, y el miedo por la inseguridad alcanza 95%.

Esta es una realidad insoslayable y si bien se precisa un cambio real, de fondo, todo parece indicar que el sistema se niega a ello y, con argucias, trampas y desaseo total, busca reservar los beneficios de una clase política añeja, que roba, mata y se enriquece con la sangre del pueblo.