La teoría del caos

La protesta social se ha vuelto una expresión de la cultura de masas, pero ¿toda protesta social tiene objetivos válidos? Este martes, el pleno del Instituto Electoral del Estado de México realizó su sesión ininterrumpida de Cómputo Final de la Elección de Gobernador. Desde la perspectiva del comportamiento social, protestar representa un acto que desarrolla […]

La protesta social se ha vuelto una expresión de la cultura de masas, pero ¿toda protesta social tiene objetivos válidos?

Este martes, el pleno del Instituto Electoral del Estado de México realizó su sesión ininterrumpida de Cómputo Final de la Elección de Gobernador.

Desde la perspectiva del comportamiento social, protestar representa un acto que desarrolla una persona o un conglomerado de ellas, para pretender que la opinión pública tenga conocimiento de una problemática que no se ha podido resolver por otras vías, aunque esto no necesariamente tiene que ser su logro, porque tendríamos que discutir quién es precisamente la “opinión pública”, un ente tan complejo y tan etéreo, cuya personalidad esencial recaería en los medios de comunicación o –mejor dicho, sus representantes en los diversos escenarios de la vida pública y política-.

Podríamos incluso reflexionar sobre los componente catárticos –ese halo de liberación o purificación emocional- que podría tener la protesta social, desde la perspectiva psicológica, pero habría que distinguir entre la participación ciudadana y la protesta colectiva. La participación ciudadana implica ese compromiso y actuar del ciudadano en los asuntos públicos en todos sus niveles y expresiones, la protesta colectiva involucra hechos particulares surgidos de la vida social y, en su caso, política de una comunidad, cualquiera que sea.

Como señalan algunos estudiosos, en su sentido más amplio la participación ciudadana es participación política, considerando que su fin es intervenir en la vida social para realizar acciones de beneficio comunitario, para defender sus intereses y puntos de vista e influir, orientar y/o modificar la toma de decisiones de los órganos de gobierno, o supervisar y ejercer un control moral de los recursos públicos (Zazueta, 2003).

No puede equipararse, a mi juicio, la participación ciudadana con la protesta –que por cierto se ha manifestado en mus distintas, creativas y dramáticas expresiones en diversas latitudes del planeta y de nuestro país-.

Se ha visto a una figura conocida de la televisión alemana, encerrarse en una jaula y protestar contra el maltrato animal; algunos activistas liberar palomas en Nepal, como recordatorio a las víctimas de Hiroshima y Nagasaki; o a opositores en Caracas, prendiéndose fuego durante una protesta, pero simplemente ocupar la vía pública perjudicando a un significativo número de ciudadanos, impidiendo libertades constitucionales, bajo el argumento del derecho legítimo a la protesta, simplemente me parece banal, frívolo, insustancial, inocuo e inaceptable.

Los ciudadanos que ayer acudieron a la sede del IEEM para “protestar” contra la sesión del organismo electoral y el acto que tendría lugar, no significan necesariamente ciudadanos ejerciendo sus derechos políticos y sus libertades, puesto que fueron llevado hasta es recinto para generar, esencialmente un caos vial, ingente.

Su acción, no tiene ni tendrá ningún efecto jurídico, a lo mucho la mayor ganancia un efecto mediático, pero no es así como lograrán una resolución favorable a sus intereses.

Si bien la protesta social puede considerarse una respuesta ciudadana emergente ante lo que se considera una respuesta insuficiente o deficiente del Estado, para dar respuesta a sus reclamos, sin demeritar la inconformidad social ni el malestar ciudadano, no es la transgresión de los derechos de terceros, la vía para lograr sus objetivos o defender sus intereses.

La responsabilidad es de partidos políticos en garantizar estructuras suficientes y capaces, de realizar una defensa incontrovertible. En el estado democrático de derecho, las cosas funcionan así; otra forma de operar sale de los estándares de la participación e incluso, me atrevo a decir, de las dimensiones de la protesta social, en sentido estricto, para convertirse en una pantomima prohijada por representantes partidistas y candidatos, incapaces de generar una protesta enérgica, pero ordenada.

Teóricos en la psicología han advertido que la protesta puede entenderse como un comportamiento intergrupal, suscitado en lo que se conoce como “campos multiorganizacionales”, lo que implica que los movimientos de protesta generen choque o discordancia conflictiva de ideas e ideologías entre grupos.

Es decir, estamos haciendo referencia a que esa protesta tiene tras de sí un conflicto.

Las sociedades civilizadas han planteado formas diversas de solución de conflictos y la más arcaica o retrograda, es la autotutela privada, que simple y llanamente significa hacer justicia por iniciativa propia. Una protesta que altera la vida cotidiana de las personas, que transgrede derechos de terceros, es por sí misma estéril.

La participación ciudadana debe trascender este enojo y conducir a la acción colectiva y no exclusivamente a la discordancia y la polarización, donde unos son buenos y otros malos per se.

Pero quizá lo más preocupante en estas ideas reflexivas, es ¿dónde está la participación ciudadana y la protesta social por el llamado gasolinazo? ¿dónde quedó ese nivel de indignación ante una medida que fue, a todas luces, impopular?

El enojo social –como sucedió en la pasada elección del Estado de México- pasará la factura en la elección federal, pero ese malestar no se tradujo en una participación ciudadana ni en protesta social.

CARPE DIEM

Imparable la delincuencia e inoperante la autoridad de seguridad preventiva y procuración de justicia; un binomio indeseable. El asesinato de la doctora Jessica Sevilla –hermana de una exalumna mía en la Universidad- no hace sino evidenciar una verdad desnuda: no pueden y quizá no quieren.

Bastaría una pequeña auditoría o inspección para que los mandos supieran dónde pasan las patrullas y sus tripulantes la noche. Las he visto en gasolineras, de madrugada, resguardándose del arduo trabajo del día. Las he visto estacionadas afuera de domicilios particulares, también de madrugada, quizá “durmiendo el sueño de los justos”. Del otro lado, la dinámica delincuencial lo sabe.

No hay presencia preventiva, no disuaden, no amedrentan a la delincuencia –quizá hasta la protegen-.

En contraste, una –oronda y autónoma- Fiscalía General incapaz de combatir la impunidad. Indignante, inaceptable. Ya lo dijo Alejandro Martí: “¡si no pueden renuncien!”

Nos leemos en otra semana caótica

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Para consulta: Zazueta, R. (2003): Participación ciudadana. México: Editorial Porrúa- Universidad Anáhuac.