Ni una menos, ni uno menos

Toluca, México; 6 de septiembre de 2018. Un gigante dormido, que cobró su forma a través de cientos de estudiantes mexiquenses, despertó en el cerro de Coatepec. Universitarios, todos ellos, salieron de sus facultades dejando de lado las horas de clase al medio día para unirse a un reducido contingente de, primero, once personas. Sin […]

Toluca, México; 6 de septiembre de 2018. Un gigante dormido, que cobró su forma a través de cientos de estudiantes mexiquenses, despertó en el cerro de Coatepec. Universitarios, todos ellos, salieron de sus facultades dejando de lado las horas de clase al medio día para unirse a un reducido contingente de, primero, once personas. Sin miedo, sin protección vial, alumnos caminaban por el circuito universitario desde la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; uno a uno se fueron sumando, poco a poco se corrió la voz. Más de cien personas marcharon, pues, incluso uniéndose los que observaban de lejos. Al frente, tres mujeres levantaban a la altura del pecho una bandera de México; pedían la intervención de las autoridades universitarias, querían respuestas sobre el fallecimiento de Aurora, la estudiante de Humanidades que murió el pasado primero de septiembre bajo circunstancias sospechosas. El cuerpo sin vida de la que fuera estudiante de Ciencias de la Información Documental (CID) yacía dentro de un barranco en Ocoyoacac.

El gigante, adormilado aún, exige lo que nunca se obtiene ni se da:  “¡Ni una menos, ni uno menos!, ¡queremos seguridad!, ¡ni perdón ni olvido!”. Una valla humana que se dibuja en el horizonte se prepara para salir de Ciudad Universitaria (CU), seguidos de elementos de seguridad institucional, para dislocar el orden en la calle de Vicente Guerrero. La incertidumbre de una manifestación en ocasiones es abrumadora, porque, a veces, nunca se sabe bien a bien cómo empezar.

Pasos más adelante el contingente no era el mismo. Trecientos universitarios esquivaban los automóviles mientras una solitaria patrulla de seguridad estatal vigilaba una mancha desplazarse con rumbo incierto. Caminaron con dirección a Carranza y aseguraron su llegada a Rectoría no sin antes unirse a otros planteles de la misma UAEMéx, como la Facultad de Antropología que hizo el intento de llegar a “Prepa Uno”, a pesar de un bloqueo en el umbral de su Facultad. Futuros antropólogos intentaban salir, pero la autoridad les impidió sumarse a las protestas.

Exigieron que se les dejara, por una maldita vez, expresarse por una causa que más que justa es urgente, y así, poco más de una veintena de ellos en formación rompieron el muro inamovible de la autoridad para unirse a sus compañeros en justificada protesta. Pese a las alertas viales, decidieron seguir su camino por Paseo Tollocan, quienes organizados, pacíficos, marcharon por la acera hasta Jesús Carranza. Estudiantes de Medicina, Odontología y Enfermería siguieron, alzando el puño en una fraterna muestra de respeto. Ondeaban la bandera nacional, gritaban con esa furia que sólo el hartazgo conoce. Despertó el gigante en la universidad.

Rectoría, monolítica e inapelable, desplegó a sus centinelas para bloquear los accesos. La máxima casa de estudios, el original Instituto Científico y Literario, faro de luz en tiempos de oscuridad, se convirtió en un búnker impenetrable. Y contra él, quinientas voces rompieron, o eso intentaron, el hermetismo del cuello blanco. Pero la paz no es cosa eterna y en una movilización es cristal endeble… La llegada del contingente desató un conflicto entre estudiantes; Antropología pedía entrar mientras los demás se negaron. “¡Es una marcha pacifica! ¡Somos estudiantes, no delincuentes!”. Que así sea.

Previo al ocaso de un movimiento cuya causa permanece en la sala de espera de las resoluciones, se pidió que esta se asumieran responsabilidades, en lugar de condenar una muerte a través de una red social. El contingente se acercó hasta las puertas de la ominosa Rectoría: “1,2,3,4,5…43”, “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, “nos queremos vivos”. “¡Justicia!”.