Sálvese quien lea

  Aventuras de un cadáver En una carta fechada el 17 de septiembre de 1889, Rudyard Kipling le escribía a su confidente Edmonia Hill la siguiente afirmación: “He recibido ‘Aventuras de un cadáver’, de R. L. Stevenson, y me reí demencialmente cuando la leí. Ese hombre tendrá sólo un pulmón pero te hace reír con […]

 

Aventuras de un cadáver

En una carta fechada el 17 de septiembre de 1889, Rudyard Kipling le escribía a su confidente Edmonia Hill la siguiente afirmación: “He recibido ‘Aventuras de un cadáver’, de R. L. Stevenson, y me reí demencialmente cuando la leí. Ese hombre tendrá sólo un pulmón pero te hace reír con todo tu ser”. Y sí, sé que ya he reseñado a Stevenson en otras ocasiones, pero a un autor que tiene reconocimientos de ser una influencia mayúscula de gente de la talla de Borges, Bertolt Brecht, Proust, Conan Doyle, Henry James, Pavese, Hemingway, el propio Kipling, Jack London, Nabokov y G. K. Chesterton (por mencionar sólo a algunos) nunca sobrará volver a tratarlo. Y más si es una obra de un humor negro tan fino como “ Aventuras de un cadáver”.

Un dato curioso de la novela es que fue la primera de tres en las que Stevenson trabajó con la colaboración de su hijastro, Lloyd Osbourne. De hecho, Osbourne hizo el primer borrador, que Stevenson luego revisó un par de veces, hasta dejarlo listo para la imprenta. Sobra decir que la obra es de tal calidad que una de dos: u Osbourne también era excelente escritor, o Stevenson rehízo la novela (y se debe apuntar que es de la etapa final de su escritura juvenil, también). Sea como sea, es un texto que se disfruta de principio a fin.

(Ah, por cierto, a Stevenson le detectaron una enfermedad pulmonar desde muy joven, lo que provocó que mudara su residencia a California, primero, y luego a Samoa, en busca de lugares para sobrellevar su afección. Pero dudo que tener “un solo pulmón” sea una afirmación literal)