Gurí o el fin de un buen gaucho
Javier de Viana escribió este relato costumbrista justo al iniciar el siglo XX, en 1901, cuando la leyenda del gaucho se había transformado para ser visto, en las pobladas urbes, como un espectro bárbaro y arcaico, una visión vetusta que había que superar para alcanzar el progreso. Pero él, conocedor tanto del ámbito rural como del citadino, buscó lograr un retrato del “rostro de la pampa”, retomar –como señala Odette Alonso Yodú – “ese género fundamental que fue – y es – la literatura gauchesca”, con la noveleta “Gurí o el fin de un buen gaucho”.
En este breve relato conoceremos a Juan Francisco Sosa (conocido como Gurí, “chiquitín”, por su imberbe rostro), el “último vástago de la raza indómita, gaucho amargo, indomesticable jaguareté, príncipe de la umbría”, quien sufre debido a Clara, una prostituta por la cual no debería tener sentimientos, pero cuya existencia le amarga más su necesidad carnal, una costumbre que había devenido “necesidad orgánica”. Decidido a terminar la relación, el gaucho será maldecido, lo que lo llevará ante su inevitable y tormentoso fin.
Una de las mayores riquezas de la noveleta de De Viana es la opulencia de sus descripciones: del paisaje (que abarca topografía, flora, fauna), de la gente, de las costumbres, con un lujo de detalles que nos hacen experimentar en carne propia todo lo que acaece. Y semejante caudal se da gracias a que el autor pasó toda su infancia y juventud en la Uruguay rural, conviviendo con los gauchos, recorriendo haciendas en medio de la tierra cuarteada y entre moscas y tábanos.
Un gustosa narración, vibrante y correosa, de los albores de un siglo, que refleja la transformación de la pampa uruguaya, y todo lo que ello conlleva.
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