Adiós a las tablets, todos a pensar

  Uno de los más brillantes pensadores latinoamericanos en el ámbito de la educación, Paulo Freire, señaló alguna vez que “el estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas […]

 

Uno de los más brillantes pensadores latinoamericanos en el ámbito de la educación, Paulo Freire, señaló alguna vez que “el estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas”. Así es: lo que resulta más difícil de la labor docente es conseguir que los estudiantes produzcan ideas y las desarrollen. En cambio, lo más fácil es dejarles leer algo, que lo resuman, lo sinteticen lo copie, hagan un mapa conceptual, etc. Lo realmente difícil es conseguir que ellos ejerzan su autonomía intelectual y den vida a ideas.

Hoy vivimos en una era en la que el mar de información es abrumador. Cualquiera que tenga un dispositivo capaz de conectarse a Internet, sea teléfono celular, computadora, tableta, videojuego, etcétera, puede pasarse la vida entera ahí. Los ríos de información a los que puede acceder son casi infinitos. Sin embargo, el acceso a todos esos datos no garantiza, para nada, llegar a generar una idea propia o un sistema de ideas.

Este tema es relevante hoy porque recién se ha dado a conocer que el Programa de Inclusión y Alfabetización Digital (PIAD) de la SEP, que básicamente consistía en entregar una tablet a cada estudiante de quinto y sexto año de Primaria, dejará de funcionar. Así es, como parte de los recortes al presupuesto del próximo año, la SEP determinó que ya no se entregarán más de esos aparatos. Y la pregunta es ¿sirvieron de algo? ¿Se evaluó su impacto? ¿Hubo realmente alguna mejora apreciable en el aprovechamiento de los estudiantes en lectura, matemáticas o ciencias?

Como sabemos, la entrega de computadoras y tablets fue una promesa de campaña del actual presidente de México. Nada reditúa más en términos de votos que prometer cosas materiales: un hospital, una carretera, una casa o, de perdida, una tablet. Pero el lucro electoral no necesariamente se articula de manera ideal con políticas públicas inteligentes y eficaces. En ese sentido, un estudio de la OCDE dado a conocer desde hace casi un año ya había advertido que en países donde se han hecho fuertes inversiones en tecnologías de la información y comunicación “no se ha visto ninguna mejora evidente” en el rendimiento educativo de los estudiante. Tras esa revelación, el titular de la SEP también reconoció que “no necesariamente la tecnología tiene un impacto en la calidad de la educación”.

Tras dos años del PIAD, ¿qué queda? Bueno, pues se gastaron casi 7 mil millones de pesos (el gran negocio lo hizo el empresario mexiquense Carlos Peralta, quien vendió los dispositivos a la SEP), se entregaron casi 2 millones de tablets, hubo observaciones de la Auditoría Superior de la Federación en el sentido de que hasta 58% de los dispositivos había presentado alguna falla técnica (la mayoría virus, bajo rendimiento o que la tableta nunca funcionó), se supo que muchos de esos paratos terminaban robados, empeñados o puestos a la venta; y, además, no se sabe con certeza el potención daño ecológico que causarán los millones de baterías de liitio que ocupan esos aparatos entregados.

A mi me queda claro que las tablets potencialmente podrían haberles dado a los estudiantes acceso a mucha información y les podrían haber ayudado a administrarla, pero la educación no se trata de recibir información, sino de aprender a pensar y generar ideas. Entonces, ahora que decimos adiós a esos aparatos en las primarias, ¿por qué no nos ponemos a hacer que los niños piensen?