La ofrenda pierde con el tiempo sus significados

  Se cena cada año nada más, y eso por las ofrendas que nos ponen los vivos en este panteón; que si no fuera por esto, ¡cállese usted que no comeríamos nunca!  El Fandango de los Muertos, de Constancio S. Suárez.   TE PUEDE INTERESAR Conmemora Nicolás Romero 176 aniversario de la Batalla de Chapultepec En […]

 

Se cena cada año nada más, y eso por las ofrendas que nos ponen los vivos en este panteón; que si no fuera por esto, ¡cállese usted que no comeríamos nunca! 

El Fandango de los Muertos, de Constancio S. Suárez.

 

En Temoaya persiste la tradición de colocar las ofrendas a los seres que se han ido/Foto: Jesús Mejía.

Toluca, Estado de México; 2 de noviembre de 2019.- La ofrenda, como manifestación cultural sincrética está expuesta a modificaciones que responden a razones distintas; así ha sucedido en diferentes entornos culturales del Estado de México.

La comunidad otomí de Temoaya no es la excepción, especialmente cuando esta región ha tenido un notorio crecimiento poblacional con características muy definidas, producto -entre otras causas- de la migración de los habitantes con fines laborales a ciudades más grandes.

Varios son los elementos que conforman una ofrenda: agua, sal, copal, flores entre otros. /Foto: Jesús Mejía

En el Barrio de El Laurel, en Temoaya, han cambiado algunas cosas pero se mantiene la colocación del agua, la sal, el copal, la cera, las flores, los petates, tamales, frutas y el pan para los muertos; la preparación previa del altar de muertos también se mantiene, así como el acompañamiento que los familiares vivos hacen de sus muertos a los panteones. 

Tradicionalmente, la ofrenda otomí se instala el 31 de octubre en el piso, en un petate: ahí se colocan las frutas y alimentos que eran del gusto de los muertos; antes, por lo mañana, se pone chocolate, agua y sal para los niños; la ofrenda debe impregnarse del humo del copal que se quema en un sahumerio.

El pueblo otomíe continúa con la tradición vida/muerte, dualidad de las ofrendas/ Foto: Jesús Mejía

Sin imágenes religiosas, pero sí con la creencia en Dios, los otomíes colocan en la ofrenda elementos que, según los estudios, representa la dualidad vida/muerte, como un complemento natural. 

Eleuteria Tomás Fernando, habitante de El Laurel menciona que aunque, efectivamente, la ofrenda se colocaba en el piso, ahora usan una mesa, además, explica que ellos no utilizan papel picado, ponen cempasúchitl y el camino de pétalos de la puerta hasta la ofrenda se mantiene, como guía para el difunto del panteón a la ofrenda.

La presencia de las flores hará que las almas se vayan contentas/Foto: Jesús Mejía

Las flores -según información de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas- aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta.

Por las noches, una persona se ocupa de rezar a los difuntos de cada una de las casas, ellos nombran a los fallecidos.  

La creencia de que los muertos regresan a sus casas se mantiene "viva"/ Foto: Jesús Mejía.

Quizá los significados del agua, como representación de la vida que se ofrece a las ánimas para saciar su sed después del largo recorrido y de la sal para que el alma no se corrompa en su viaje de ida y vuelta no han trascendido a las generaciones, pero los elementos se mantienen, así como la creencia de que los muertos vienen a sus casas. 

Eleuteria tampoco utiliza fotos de sus seres queridos muertos está segura de que los muertos vienen a su casa y dice sentirse contenta de que la visiten; el 2 de noviembre acompañará a sus muertos al panteón y volverá a hacerlo, como le enseñaron, el próximo año.