La Taberna del León Rojo

  “Cuando se dice que tal o cual político tiene carisma, puede haber mucho de cierto… o bastante de mentira. Todo es según cómo se mire el vaso. Pero lo que sin duda genera hasta risa, es que, a como dé lugar se trate de colocar, a quien aún no gana elecciones, en un sitial […]

 

“Cuando se dice que tal o cual político tiene carisma, puede haber mucho de cierto… o bastante de mentira. Todo es según cómo se mire el vaso. Pero lo que sin duda genera hasta risa, es que, a como dé lugar se trate de colocar, a quien aún no gana elecciones, en un sitial que se forja no con buenas intenciones” – decía Marcelino a las fuentes de la Plaza de los Mártires, mientras la gente le miraba como si se tratara de otro Claudio-Porfirio-Darío Plancarte -.

– “Qué tal mi querido amigo. ¿Otra vez platicando con el viento?”

No sé si me escuchó. Él seguía su soliloquio. No quise interrumpir. Me senté lo más cerca de él para escucharlo. Hacía frío, pero las nubes se habían alejado desde temprano. Al menos no llovería.

– “Desde que iniciara su campaña como precandidato, asomó una incipiente estrategia para dotarle del carisma que tanto precisa el pueblo de sus políticos. Se le revistió con un plumaje de colores e incluso del trino para agradar a los oyentes. Se dijo entonces, sin tenerse mayor referencia de un producto que se lanzaba al mercado, que se trataba de un estadista listo para paliar los problemas de inseguridad, desempleo y pobreza; se decía que “ha nacido un líder”, un líder contundente, justo, directo, implacable, seco, inapelable, insistente, seguro, durísimo. Hoy, de nueva cuenta, se quiere que la gente le mire más allá de la dimensión que podrá tener una vez aterrizado todo lo que dirá en campaña, todo lo que prometerá y lo que no prometerá. Pero se advierte en él a un personaje autómata, constante y frío. Los balbuceos que ha emitido, en los que busca mezclar lo social con el coqueteo político, no permiten ver los alcances que podría tener en medio de tanto cuidado, tanta pompa, tanto protocolo pretoriano. Como si se tratara de una estrella de cine – algo que ya pasó antaño -, se le ha generado un estilo propio, un nuevo estereotipo, y mucho recuerda que cuando se hablaba sobre el reparto para la película Casablanca, alguien propuso a Humphrey Bogart como el galán, y el director preguntó si habría mujer que quisiera besarlo, a lo que Ingrid Bergman, que estaba presente, dijo “yo”. De ahí todo fue tejer fino. Todas lo querrán besar, sentirlo cerca, y tendrá, sin duda alguna, en la televisión su mina de posicionamiento, lejos de los problemas que le generaría el enfrentamiento político contra quienes serán sus oponentes; querrá estar con quienes gustan más de estar inmersos en el juego de las equivocaciones, la comedia de las mentiras y el baile de disfraces, de donde sale que todo en el país está falseado, donde todos hablan fingiendo la voz. Pero, fuera de esa burbuja, fuera de su discurso, él no puede mantener en la calle nuestra, que pronto será suya, un discurso ético y social. Se le nota lejano, distante, de otro lugar. Lo más increíble es que nadie de los que están en su derredor, quieran decirle que nada cambiará mejorando la imagen o por haber pasado por la peluquería. Es un hombre de artificio y televisión, que no trasciende a la calle”.

– “Perdón que te interrumpa, Marcelino, pero debo preguntarte a quién te refieres, ¿quién es ese personaje tan sui géneris?

– “Hola Germán. ¿No adivinas de quién se trata?

– “Creo tener una idea”

– “¿Estás seguro?

– “Creo que sí”

– “Gracias amigo, me siento bien por haber transmitido una idea concreta sobre Oscar González Yáñez, sobre el crecimiento y entronizamiento de un déspota con aires de demócrata”.

Le miro absorto. Él voltea de nuevo hacia las fuentes. ¿Oscar González Yañez? ¿Oscar…? Creo que mi amigo se perdió en algún momento en esta historia de ficción. ¿Oscar? ¿No hablaba de Alfredo III?