Un tal Andrés

Toluca, México; 1 de julio de 2018. Ya, ya se chingaron. Ya se chingaron a las 20:10 cuando Meade – todo un caballero, sí, pero ladrón y lloroso. Blanco, más que de costumbre –  salió en Televisa anunciado la derrota de su partido. Y de pronto los gritos en su propia conferencia perdedora lo callaron […]

Toluca, México; 1 de julio de 2018. Ya, ya se chingaron. Ya se chingaron a las 20:10 cuando Meade – todo un caballero, sí, pero ladrón y lloroso. Blanco, más que de costumbre –  salió en Televisa anunciado la derrota de su partido. Y de pronto los gritos en su propia conferencia perdedora lo callaron de suelo a techo. Los “¡Peje, Peje!, ¡Peje!” cimbraron al país que ya lo sabía todo a las 16:50, pero no podía creerlo cuando una encuesta encargada por la Presidencia de México le daba toda la ventaja a Andrés Manuel López Obrador, quien a las 21:00 tenía 46 por ciento de los votos escrutados hasta ese momento.
El deleznable Anaya, media hora más tarde, le deseó buena suerte a Andrés Manuel y así sentenció la tercera elección de macuspano, quien había cerrado el colofón de sus sueños. Los últimos suspiros presidenciales en el estadio Azteca, cuatro días antes y de la mano de la cantante Belinda – tan guapa como es sangrante y amorfo el régimen de los Peña, los Videgaray, los Miranda que toluquizaron al país desde la infamia del genocidio; desde la suerte de los 43 y los 120 mil asesinados en los últimos 12 años, así como los desaparecidos, secuestrados; los pueblos arrasados, Tanhuato y Nochixtlán, o las misteriosas minas de Los Filos, a la mitad de Guerrero.
Obrador caminó el Azteca como lo hizo en el pueblo miserable de Cuentla, en el sur del Estado de México, hace 6 años, cuando lo fueron a ver 50 personas mojadas, primero, por el sol y, después, asoleadas por la lluvia. En esa Cuentla miserable, Obrador habló como si estuviera en el Azteca: un templete de madera casi podrida y una escalera apenas sostenida por dos tablas lo sostuvieron hasta que dijo lo último. Entonces, llovió de nuevo y la lona rasgada lo expulsó montado en la caravana que lo condujo a la tierra narca mexiquense, custodiado, sin que él lo supiera, por el ejército que encerraba aquella comitiva en una cápsula que más bien era una trampa que no ofrecía escape para AMLO, en caso de que algo pasara. Fue detenido esa vez por los soldados, que algo le buscaban y terminaron encontrándolo nunca.
El 27 de junio, en el Azteca, los 120 mil que estuvieron ahí lo vieron igual que los de Cuentla. En la casa del América nadie lo escuchaba, aunque ya no hacía falta a las 22:00, después de la verbena que poco a poco tomó forma desde la voz de Susana Harp y que después explotaba cuando el México Lindo de la estrella del pop, Belinda, enderezó el cansancio de todos. El Azteca entonó su México lacerado y entonces sí, AMLO, cruzó el estadio. Todos lo supieron, pero sólo algunos dirían que AMLO parecía un rockstar y que entonaba una canción que pocos alcanzaban a oír. Poner atención a lo dicho no era lo mismo que verlo. El Azteca tembló como si el Mundial le pasara por encima. AMLO cerró todo ahí: campañas, bocas y dejó que transcurriera el tiempo sin más. “Ustedes no se preocupen”, dijo después de votar, cuando apenas el miedo se enquistaba en la mitad de México.
En realidad todos se preguntaban cómo podría ganar AMLO, a pesar de que los 50 puntos de ventaja le daban una certeza parecida a la solidez del concreto, porque el PRI, aquel viejo dinosaurio, apenas despertara podría hacer lo que quisiera. Pero están vez, cuando quiso, no pudo.
¿Qué pasó?
Las señales malditas estaban ahí hace años. Esas formas, los gestos, habían sido pulverizadas cada sexenio compulsivamente. Hace tres años, en una reunión nacional de Morena, el embajador de Cuba era uno de los invitados especiales. Sí, pero también el de Estados Unidos. Los dos asistían a la convocatoria de AMLO y los dos le estrechaban la mano. La embajada de los gringos decía, sin una palabra, que se podía seguir adelante y con esa recomendación la tercera campaña de Obrador se fue de frente sin irse de bruces.
El diario más influyente pero también el más influenciado del mundo, The New York Times, dijo lo más pronto que pudo, el 1 de julio, en las voces de Paulina Villegas y Azam Ahmed: “Riding a wave of populist anger fueled by rampant corruption and violence, the leftist Andrés Manuel López Obrador was elected president of Mexico on Sunday, in a landslide victory that upended the nation’s political establishment and handed him a sweeping mandate to reshape the country”. Sí: “montado en una ola alimentada por el coraje, por una rampante corrupción y por la violencia, su gobierno tendrá la oportunidad de barrer, reformar el país”. Y así, como no queriendo, finiquitará entonces al gobierno de Peña. Por la noche, Obrador le reconoció su buen trato y Peña su derrota mientras levantaba la mano de Andrés Manuel, dentro del mensaje histórico del Hotel Hilton de la ciudad de México, que lo vio llegar como presidente electo antes de que el PREP tuviera ni siquiera el 10 por ciento contabilizado de la votación, pero con declaratorias de derrota firmadas de viva voz de Anaya, Meade y el Bronco.
Después, AMLO salió por la puerta de atrás y en el zócalo de la antigua Tenochtitlan la verbena duró toda la noche. Hoy, para terminar de apostar por lo imposible, juega la selección de futbol contra la pérfida Brasil en la copa mundial de Rusia. Y si lo imposible ha sucedido, el mexicano pensará, como el Chicharito, que las cosas chingonas suceden.
En Venezuela el sol es metálico y blando y cuelga del cuello de las mujeres negras. El sol todo lo inunda y sale siempre antes que en otros lugares. El mar es verde y liso, cargado de azul, aéreo, sin nubes. Una eternidad es Venezuela desmenuzada en trozos de Venezuela.
Y porque estamos perdidos en Venezuela, quienes nos chingaron ya se chingaron.
Aquí, en Venezuela, ya se chingaron.
Sea.