La Taberna del León Rojo

  Un grupo de juglares apareció en la vetusta Taberna. Eran apenas cuatro pero simulaban ser centenas. Estaban frente a nosotros, a nuestras espaldas, a los costados y de pronto uno gritó: “¡Allá está! ¡Allí está! ¡En el extremo de la calle!… ¡Ahí está el Maestro!… ¡Viene, se acerca!…” Marcelino, entre embrutecido y sobrio, en […]

 

Un grupo de juglares apareció en la vetusta Taberna. Eran apenas cuatro pero simulaban ser centenas. Estaban frente a nosotros, a nuestras espaldas, a los costados y de pronto uno gritó:

“¡Allá está! ¡Allí está! ¡En el extremo de la calle!… ¡Ahí está el Maestro!… ¡Viene, se acerca!…”

Marcelino, entre embrutecido y sobrio, en esa vigilia, ese sopor que decanta en el linde de la fantasía, se acerca a mi oído. “Ionesco fue más que un hombre de teatro”

“¿A qué viene Ionesco? – pregunto en tanto trato de seguir el hilo de los juglares -.

“Escucha. Deleita el oído y reflexiona un poco” – me pide y accedo a escuchar a los juglares -.

– “El Maestro llega. Aparece. Corre. Recorre. Salta. Pasa el río. Le estrechan la mano. Se chupa el dedo. ¿Lo oyen?… ¡Ah! Y le dan una caja de herramientas. ¿Qué va a hacer con ellas? ¡Ah, firma autógrafos! ¡El Maestro acaricia a un erizo, un erizo soberbio!… La multitud aplaude. Baila, con el erizo en la mano. Abraza a su bailarina. ¡Viva! ¡Viva!…”

Marcelino me habla casi en un susurro, tratando de no interrumpir a los juglares.

“Esta es una de las obras de Ionesco. Diría que es una de las más representativas de lo que somos como entes sociales”

Recuerdo, me esfuerzo por recordar aquellas enseñanzas lejanas.

“Sus obras nos dejaron lecciones importantes, como el hecho de que no pensar como los demás nos pone en una situación bien incómoda o que no pensar como los demás implica sencillamente que uno piensa. Ese es el sentido de esta obra…”

– “¡El Maestro pasa y repasa y le repasan el pantalón!… El Maestro sonríe. Mientras le repasan el pantalón, se pasea. Le gustan las flores y los frutos que crecen en el arroyo. Le gustan también las raíces de los árboles. Deja que se le acerquen los niños muy pequeños. Tiene confianza en todos los hombres. Crea a la policía. Saluda a la justicia. Honra a los grandes vencedores y a los grandes vencidos. Por fin recita versos. El público está muy conmovido…”

“Estamos cerca del final… atento Germán”

– “Pero… pero…  ¡El Maestro no tiene cabeza!”

– “No la necesita, pues tiene genio”.

– “¡Es justo!… ¿Cómo se llama usted?… ¿Y usted? ¿Y usted?… ¿Cómo se llama usted?”

“Miremos las cosas como son Germán. ¿Te recuerda algo esto que los juglares nos vomitaron? Colócales a sus ropajes tintes rojos, amarillos, azules o verdes y tendrás una referencia muy actual”