Para todo tema, siempre es conveniente tener más de una mirada. Pensar de una sola manera las cosas limita su comprensión; por ello, es importante tener lecturas alternas de la realidad. La que quiero proponer aquí tiene que ver con las marchas que en el último semestre han sido gran tema de conversación en nuestro país.
La primera se dio a finales del año pasado; fue la marcha convocada con el hashtag “El INE no se toca”. Tuvo lugar, básicamente, en la Ciudad de México, pero con réplica en varias otras ciudades del país. Luego vino una movilización –más numerosa- convocada por la Presidencia de la República, bajo la temática de los cuatro años del gobierno de la “Cuarta Transformación”. Igualmente, pero ya en el 2023, hubo una marcha, el mes pasado, convocada ahora con el hashtag “Mi voto no se toca”. Y apenas el fin de semana se efectuó otra movilización, convocada por el gobierno federal para conmemorar el 85 aniversario de la expropiación petrolera.
Las lecturas más recurrentes de dichas marchas son, por un lado, que las que iniciaron fueron movilizaciones ciudadanas y que las que les secundaron fueron de “desagravio” al liderazgo del presidente de la República. Han acompañado a esas lecturas gran cantidad de epítetos para uno y otro lado: fifís, acarreados, chairos, fachos, pejezombies, etc. No vale la pena detenerse en eso.
Elecciones 2014
La lectura que quiero proponer sobre esta serie de marchas tiene que ver con la indiscutible relación que todas ellas tendrán para las elecciones del año 2024. Mi hipótesis es esta: las marchas de la oposición están mostrando la existencia de inconformidad y enojo en un sector de la población. En tanto, las del obradorismo lo que muestran es que ya tienen una importante estructura partidista.
La experiencia internacional en la historia reciente muestra que una elección presidencial se puede ganar a partir de encauzar el enojo, inconformidad o ira de la ciudadanía. Pero necesita un liderazgo y un discurso de cambio. En el caso de México también hay evidencia para sostener que las elecciones se ganan con estructura partidista, incluso por encima de un enojo extendido.
Breve repaso histórico
En las elecciones presidenciales de 1988 y 1994 mucha gente no se explicaba cómo era que campañas tan fuertes (las de Cuauhtémoc Cárdenas), que llenaban y desbordaban plazas públicas, terminaran perdiendo en el número de votos. La respuesta es que el PRI ganaba con su estructura (clientelar, básicamente). En el 2000 el escenario fue diferente. El hartazgo, la inconformidad y el enojo del electorado, que ya tenían al menos una década, fueron encauzados por un liderazgo emergente (Vicente Fox) y la estructura ya no bastó. Pero, luego, las aguas volvieron a su cauce cuando en las elecciones de 2006 la estructura volvió a arrebatar el triunfo a una campaña tanto o más popular que la de Cárdenas, la de López Obrador. Era difícil explicar cómo es que zócalos desbordados, ríos de gente en las calles, cierres de campaña históricos no alcanzaron para ganar la elección: la estructura (PRI+PAN+Coparmex, etc.) fue la que inclinó la balanza.
Tras el desastre que fue el gobierno de Calderón, el enojo, fastidio, rabia e inseguridad de la población fueron encauzados por un liderazgo (más artificial y mercadotécnico), que llevaron a la presidencia a Enrique Peña Nieto. Todos estos procesos nos demuestran que hay de dos opciones: la estructura o el liderazgo.
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Estructura morenista versus ¿quién?
Las movilizaciones “ciudadanas” de los últimos meses han logrado evidenciar que hay sectores de la población inconformes con el rumbo del país y el desempeño del gobierno federal. Sin embargo, no hay un liderazgo (hasta ahora) que pueda capitalizarlo, ni un proyecto de nación alternativo o de cambio. Las “contra-marchas” con las que ha replicado el lopezobradorismo, en cambio, están mostrando de manera muy explícita que ya cuentan con estructura. Todos esos liderazgos locales, estatales, sindicales, sociales que se encargan de llevar a su gente a las manifestaciones son la “estructura”. Con toda seguridad ellos pueden operar cuando se trate de sumar votantes a la candidatura de Morena del próximo año.
En síntesis, así como López Obrador se quedó “en la orilla” en los procesos de 2006 y 2012 por falta de estructura, hoy la “ola ciudadana” podría solo testificar la elección del candidato(a) que postule Morena. Porque la estructura morenista podría imponerse (recordemos que tienen 22 gubernaturas, mayoría en las cámaras e infinidad de liderazgos locales y regionales). Lo único que puede evitar eso es que un gran liderazgo tome el descontento popular y lo encauce (apoyado con la poca estructura que le queda a PRI, PAN y PRD, sumada a algunos grupos empresariales). Resta muy poco tiempo, solo unos meses e, insisto, hasta ahora no se vislumbra quién. Al tiempo.